En los acantilados, de Santiago Eximeno

Contemplar la vida desde el borde de un acantilado proporciona una perspectiva al que se atreve a hacerlo. Allí abajo está el mar, que es vida y muerte. Allí abajo está lo inalcanzable, lo maravilloso y al mismo tiempo lo aterrador. En este libro de relatos, que incluye también una novela corta, nos asomamos al abismo de lo grotesco, lo extraño y lo surrealista.

Pues nueva antología de Santiago Eximeno, autor veterano en estas lides que nunca decepciona, quién nos trae un compendio de relatos y una novela breve  que, como suele ser habitual en el autor,  se alejan de lo convencional, apostando por lo extraño en el sentido más categórico de la palabra. Eximeno tiene una habilidad  innata para ver e interpretar a su modo  el lado oscuro, trágico y absurdo de la vida, de la muerte y sobre todo, de la propia naturaleza humana, y trasladarlo a sus historias, dando rienda suelta a la imaginación más libre y desatada  y el terror más fatalista, siempre con una evidente pátina de surrealismo intrínseco en ellas.

Sus textos transmiten un determinismo terrible, provocando más que terror, una sensación de indefensión ante lo inevitable, por extraña, improbable o directamente bizarra que sea la situación que se plantea. Hay algunos de ellos que duelen, que nos dejan un poso de tristeza, un pellizco en el corazón. Otros, al contrario, nos hacen sonreír incrédulos, por lo delirante y disparatado de la premisa inicial, aunque no por ello dejan de resultar efectivos y golpear duro, con una intencionalidad perversa y muy lograda. 

Me ha gustado mucho, muchísimo. Hay de todo, como en botica,  y admito que ha habido un par en los que me ha costado entrar o pillarles el punto, pero son excepciones y más por cuestiones personales (supongo), que por otra cosa. Si tuviera que describir el libro en una sola frase, sería esta: Extravagante, divertido, cruel y trágico. De media, se lleva un notable alto y lo que más valoro es lo original de algunas de las ideas que proyecta y la forma de traer a su orilla según que temas. Como apunte, disfruto más sus historias más breves que las de mayor extensión, sin desmerecer en absoluto a éstas.

Muy recomendable.

¿Por qué escribo? Por culpa de una ciudad cubierta por la niebla

Soy, o quizá debería decir que he sido, un lector voraz, sobre todo de género y eso me ha llevado por estos extraños caminos de reseñas, edición y escritura. Tengo mis autores favoritos, aquellos que prendieron la mecha, los que me hicieron querer meterme en este mundillo. Desde Verne, Salgari o H.G. Wells en mi infancia, a Poe y Lovecraft y como no, Dean R. Koontz, Stephen King, Clive Barker o Adam Neville después. Luego llegaron otros. Emilio Bueso, Ismael Martínez Biurrun, José Carlos Somoza, Juan Cuadra Pérez, Darío Vilas, Santiago Eximeno, Daniel Aragonés…

Pero curiosamente, mis referencias más claras, las que más me remueven, las que me provocan mayor interés a nivel creativo, no provienen de la literatura ni del cine, algo que sin duda sería comprensible por lo mucho que el séptimo arte le debe al mundo de las letras y más aún, cuando tratamos el nicho de lo fantástico. Aunque siendo honesto, la gran pantalla ha dejado poso, más del que tenía en mente al inicio de este escrito y he caído en ello mientras escribía este artículo. Solo mencionaré dos títulos, los primeros que han aparecido en mi memoria sin buscarlos, pero que creo que son una clara muestra de cuáles son los conceptos que me estimulan: El proyecto de la bruja de Blair y Horizonte Final.

Como decía, la verdadera inspiración no llegó de los libros, sino de los videojuegos. Crecí y envejecí jugando a eso que llamamos Survival Horror, como muchos de vosotros, y allí la inmersión era completa, sintiendo miedo de verdad. Pero más allá del simple entretenimiento para pasar un buen mal rato, hubo uno en concreto que para mí, cambió las reglas, transformó por completo mis gustos y definió para siempre la forma en que concibo el terror. Mi forma de verlo, de entender sus mecanismos, sus engranajes. De la maquinaria interna, de la intencionalidad del horror. De cómo todo lo que vemos fuera y nos aterra es solo un reflejo de lo que ya llevamos dentro, de nuestros propios demonios, de nuestro infierno personal. No hace falta ser adivino para saber de qué hablo. Silent Hill, mi fetiche, mi obsesión.

Un lugar que es más que un lugar. Un lugar que te hace ser consciente de tu naturaleza, que te muestra quien eres realmente. Un lugar que te reclama y que te pone a prueba, que te lleva a juicio ante el juez más duro e implacable: tú. 

La apariencia repugnante, perturbadora (y extrañamente atractiva en su repulsión) de esas aberraciones y monstruosidades, metáfora y encarnación de tus faltas, pecados, mala conciencia y remordimientos, es sublime y forma ya parte del imaginario colectivo.

La ciudad y sus formas cambiantes. Tres capas de realidad que se solapan y se alternan, empujándose, imponiéndose unas a otras, mientras la marea te arrastra cada vez más lejos, más adentro, más profundo. Desde la aparente normalidad engañosa de un pueblecito encantador, pero decadente, pasando al mundo de niebla y ceniza poblado por criaturas inquietantes y terribles, hasta llegar al mundo de óxido y podredumbre, fuego, metal y condena, siempre tras el sonido de esa maldita sirena, que nos guía de camino a aquello que ocultamos a todos, incluso a nosotros mismos, obligándonos a enfrentar quienes somos, lo que hicimos y por lo que en el fondo, ansiamos ser castigados, creyendo ser merecedores de esa penitencia aún sin tener conciencia de ello. Porque de eso va Silent Hill. De pecado. De culpa. De castigo. De expiación. De redención. De perdonarse uno mismo o condenarse por toda la eternidad.

Esos conceptos, manejarlos de tal modo, es una de las cosas más increíbles e impresionantes que he visto jamás. Sitúa en esa tesitura a unos personajes tan complejos, con tal carga emocional, lastrados por esos grandes traumas no superados que les impiden avanzar y los conducen a la perdición,  y es ahí cuando comprendes que en realidad no se trata ya de que sobrevivan a la ciudad, si no de que logren aceptar la verdad, por dura que sea, y trasciendan, de un modo u otro.

Y por último, la atmósfera. Lo inquietante, lo incomprensible. La niebla, anticipándonos el misterio y ocultando el tortuoso futuro que nos aguarda, presentando la ciudad como un ente vivo que se retuerce y se transforma, cambiando sus formas, su aspecto,  adaptándose a los miedos, las filias y fobias de cada una de las almas perdidas y atormentadas que llegan a ella y recorren sus calles y edificios.

No hay más monstruos que los que nosotros mismos creamos. Silent Hill es solo un espejo, un detonante, un lugar especial. Esa metáfora, las historias que se desgranan bajo esa premisa, me tienen obsesionado. Mi máxima aspiración como narrador es ser capaz de crear algo semejante. No en cuanto a las formas ni envergadura, eso es imposible y va más allá de mis capacidades, ni aún en mil vidas dándole a la tecla. Más bien aspiro conseguir algo con esa profundidad, con su fuerza, la impronta que deja y las sensaciones que provoca. El concepto en sí. Su carga simbólica. ¿Lo lograré algún día? Lo dudo. Pero lo seguiré intentando. A ella se lo debo todo como creador. Sin ella, no escribiría, no sería yo. La ciudad cambiante, la colina silenciosa. Silent Hill.

Hubo otros lugares y personajes después, de los que hablaremos otro día, que siguieron alimentando mi delirio. Su más digno sucesor, otro videojuego. Uno que habla justo sobre lo que es el proceso creativo, del oficio de escribir, del poder ( y el peligro) que supone plasmar ideas y darles forma y cuerpo. Lo conoceréis seguro, con una sola frase: «Me llamo Alan Wake. Soy escritor«

Autobombo dominguero: A Vueltas Con Las Palabras presenta «Una noche de terror», lectura de textos en directo.

Pues eso, que el día 22 de este més, un relatillo mío inédito participa en este evento, donde será leído en público, junto a los de otros autores a los que se nos ha invitado para la ocasión, como pueden ser, entre otros, R. G. Whitener o Aida del Pozo.

Siempre me ha fascinado el hecho de escuchar mis historias narradas en alto por una voz ajena. Es una experiencia extraña, surrealista y hace que la historia parezca otra, que cobre otra dimensión.

Gracias a Fernando Codina y a Gisela Giawulf Folch Schulz por hacerme partícipe de este proyecto. 

30 MONEDAS (2×01) Primeras impresiones de la nueva temporada

Acabamos de ver el primer episodio de la segunda temporada de «30 monedas» y solo puedo decir que empieza muy, muy potente. Sin spoilers: Pese a las habituales pasadas de frenada que son ya marca y sello de Alex de la Iglesia, con algunos momentos WTF? innecesarios o excesivos y algún que otro personaje sobreactuado, esa visión del infierno me ha ganado por completo. Inspirado esteticamente en la obra de Zdislaw Beksinski e incluso encontrando en él ciertas similitudes con la obra de Andrés Ríos, me parece una delicia visual, totalmente sugerente e inmersiva. No puedo evitar ver algunos puntos en el arte conceptual que me llevan a mi obsesión personal: Silent Hill, aunque sea solo cosa mía, por ese mismo diseño de criaturas y escenarios, la atmósfera extraña y opresiva, la niebla y el pueblo maldito, junto a la fotografía que juega con los colores apagados y la luz mortecina, dando ese toque sombrío y fatalista.

En cuanto a guión y como se desarrolla la historia, engancha desde el primer minuto y va con todo, sin medias tintas. No sé cómo seguirá ni si mantendrá el nivel, pero este primer capítulo es oro puro.

De momento, muy satisfecho. A mí me tienen dentro. Ya os contaré.

Shortwave, de Ryan Gregory Phillips (2016)

Sinopsis:

Después de sufrir la pérdida de su único hijo, Josh e Isabel deciden trasladarse a un centro especializado y aislado para intentar salvar su matrimonio. Por otro lado Josh y su compañero de investigación, Thomas, llevan años explorando extrañas señales de radio de onda corta y ahora parece que esas indagaciones están empezando a afectar a su mujer Isabel. Comienza a experimentar extrañas alucinaciones y visiones de lejanos recuerdos. Algo siniestro ha encontrado el modo de entrar en nuestro mundo.

Opinión:

Película que tuve ocasión de ver en su momento en el Festival de Sitges y que al revisitarla me ha dejado justamente las mismas sensaciones que entonces. Creo recordar que mi buen amigo Albert Sanz ya la reseñó en esta misma página y compruebo que ambas opiniones van más o menos a la par, con las inevitables puntualizaciones.

Ciencia ficción y terror, fotografía sublime, intriga y tensión continuas, se combinan con escenas tediosas y un guión que deja más interrogantes que respuestas. Por momentos una obra de arte y por momentos un suplicio aburrido. Le pesa estar dando vueltas sobre si misma hasta llegar al agotamiento del espectador a caballo entre la curiosidad y el tedio. Destaca especialmente el trabajo de la chilena Juanita Ringeling, actriz a la que ya conociamos por su pequeño papel en C is for Cycle, uno de los cortos que componen The ABCs of Death (2012).

Sator, de Jordan Graham

Hoy os traigo una de esas obras que suponen un verdadero reto a la hora de hablar de ellas, ya que me resulta harto complicado saber cómo plantear lo que quiero decir, puesto que es pura contradicción. 

Sator es una peli que en un primer momento se presenta como una mezcla entre terror rural, casi pagano (con el bosque como escenario y protagonista absoluto), terror psicológico (con las enfermedades mentales como telón de fondo) y un  supuesto ser intangible que atormenta a los miembros de una familia, generación tras generación.

Eso sería a grandes rasgos, lo que la película promete y en efecto, de forma burda y fallida a mi entender, es lo que nos  ofrece al final; pero el gran problema del film es como desarrolla esa premisa.

Si digo que la película es lenta, habrá gente que me responda que ese no es motivo para decir que una peli es mala y estoy de acuerdo con ello. El problema es que aparte de lenta, no nos cuenta nada. Se mantiene en un ritmo no ya pausado, sino inexistente, en una sucesión de imágenes que sí, tienen una fuerza visual y evocadora bestial y son el único motivo por el cual, el espectador sigue viendo el film, a pesar de que tras cuarenta minutos de película, aún no haya sucedido nada en absoluto, más allá de ese alarde de fotografía sublime, sugerente y perturbadora.

 Y es ahí donde radica lo mejor y lo peor del largometraje. La cinta hubiera funcionado de maravilla en forma de corto de quince o veinte minutos, que es lo que da de sí la historia que nos quiere contar. En esa extensión, podríamos estar hablando de una jodida obra maestra, pero el director decide alargar de un modo totalmente innecesario una historia que no da para más, convirtiendo el film en el visionado de una secuencia de imágenes increíbles, de una belleza tan sublime como aterradora, pero sin un algo en lo que sustentarse. La naturaleza se convierte en una amenaza continua gracias al acierto a la hora de crear una atmósfera tan inquietante y malsana que estremece. He aquí la gran dicotomía. Un guión flojo y mal trabajado, un metraje excesivo, un ritmo tedioso, un argumento trillado y aun así, admito que me ha ganado por justo eso, la puñetera atmósfera. Es de esas pocas veces que una peli que no me cuenta nada de nada, consigue tenerme tan tenso, removiéndome inquieto en mi sillón, con una sensación de desasosiego difícil de explicar. Una cascada. Un claro en el bosque. El rio fluyendo entre las rocas. Una babosa arrastrándose sobre la hojarasca. La nieve cayendo al desprenderse de las ramas de un abeto. El crujir de la madera de la cabaña en la oscuridad de la noche. El silencio del protagonista, que no dice ni una sola palabra en toda la peli. Pura maravilla. Pero llega a un punto que abusa tanto de todo eso, de su única baza, hasta el punto de aburrir. Y lo hace porque no tiene nada más que ofrecer, y con ello, pretende tapar todas las carencias que arrastra.

Para cuando se nos quiere explicar lo que sucede, lo hace de una forma tan críptica y desangelada,  con unas situaciones tan extrañas, que casi que ya nos dan lo mismo. Cuando se desvela el final, te das cuenta de que era todo tan obvio, tan previsible, que uno se siente hasta molesto, porque lo resuelve en cinco minutos y de manera pretenciosa, queriendo hacer pasar por enigmático algo que se veía venir a leguas.  Ochenta minutos de auténtica rayada en bucle y mal rollo, para que en la traca final, la mecha no prenda y la pólvora esté mojada. 

No sé cómo calificarla. Por no saber, no sé ni si me ha gustado. He disfrutado mucho, muchísimo, con esa ambientación, en cómo gestiona esos recursos que le ofrece la naturaleza en bruto y los elementos más cotidianos, como son la casa de la anciana y la cabaña, o en los silencios y ruidos  naturales para generar una atmósfera asfixiante y perturbadora como pocas. Pero su lentitud, su incapacidad de encontrar un ritmo adecuado ni de enfocar la historia, en lo repetitiva y aburrida al extenderse y volver una y otra vez a lo mismo (que es lo único que funciona), en el modo tan incomprensible en que se desarrolla y la forma apresurada e insultantemente previsible en que se resuelve, no lo salva nadie.

Como dato curioso e inquietante, en el metraje se incluyen imágenes y videos reales caseros de la familia de Jordan Graham, el director. De hecho, todas las tomas en las que aparece la vieja, son de grabaciones familiares que el director ha recuperado para el film. Según sus propias palabras, este se inspiró en su propia experiencia con su abuela, June Peterson, que se interpreta a sí misma, que tal y como aparece en la película, sostenía que oía voces en su cabeza, que le mandaban hacer cosas y que una de ellas, una entidad a la que llamaba Sator, la guiaba y dictaba sus acciones. Los manuscritos que se muestran en el film, fueron escritos de mano de la propia anciana, que parecía entrar en trance y los escribía de manera automática.

Resumiendo, no sé si recomendarla o no. ¿Es una buena película? No. ¿Es una buena película de terror? Mhhhh…No. ¿Vale la pena verla? Si quieres aprender como crear tensión con los mínimos elementos, una auténtica Masterclass de cómo sugestionar al espectador y lograr una atmósfera asfixiante, definitivamente SÍ. Y para ver como NO desarrollar una historia, lo mismo.

Todas las chicas descalzas, de Nieves Mories

Hoy quiero hablaros de Todas las chicas descalzas, un recopilatorio de relatos de Nieves Mories que me ha parecido una verdadera delicia, por bien escritos y por lograr un equilibrio casi imposible, siendo a la vez tan delicados como demoledores.   Unos textos que son pura emoción y sensibilidad,  realidad de la que hiere y duele, con una intencionalidad evidente y no por ello impostada, al contrario, mostrándose con una honestidad brutal y libre de etiquetas y condicionamientos, más allá de la voluntad de su autora por darle voz a quién  por norma, no la tiene.

Relatos crudos, descarnados, perversos, donde el amor, el dolor, la muerte y la expiación son moneda de cambio, motivo, consecuencia. Y culpa, siempre más de unos que de otros. La vida es una tragicomedia y Nieves nos lo recuerda con sus textos, en los que uno entiende que a veces se dice más por lo que se calla que por lo que se habla y que hay que temer los silencios. Una veces, son la calma y la tranquilidad. Otras, las más,  el preludio de la tormenta, de la explosión, del punto de inflexión en que todo cambia y la rabia acumulada, el resentimiento justificado, las ganas de gritar, las lagrimas más amargas o la carcajada desquiciada, son lo único que queda. Palabras. Silencios. Mujeres, que sufren y ríen, que retan al destino, pero aceptan su condición y no se rinden, pese a todo, pese a todos.

La forma en que se nos narran sus historias nos atrapa, juega con nosotros, nos hace sentir, creer y querer,  para burlarse en nuestra cara, por mezquinos. Y es que es imposible no sentir el dedo acusador de la autora, quien con una sonrisa cínica y socarrona y toda la mala hostia del mundo, se limita a exponernos frente a la realidad de un mundo en que permitimos que pasen cosas. Cosas que no deberían ser ni ocurrir, mientras disimulando, miramos hacia otro lado. 

Las chicas descalzas, las que no tienen ni siquiera nombre, pero a las que Nieves les ha dado voz y a las que mi querida Alicia Pérez Gil se encarga de presentar, mientras hurga en las heridas y mete el dedo en la llaga. 

Una antología imprescindible. Dura, incómoda, bellísima, cruel y necesaria. Que bien escribe, la muy cabrona. Mención a parte sobre la cuidadísima edición que se ha currado Dilatando Mentes, en tapa dura y unas ilustraciones preciosas de la propia autora.

Vidas para un apocalipsis, de Borja Laita.

Pocos libros consiguen algo tan improbable como el que servidor necesite tomarse un descanso en su lectura cada ciertas páginas, no en relación a su calidad literaria, sino por la profunda desazón y malestar que sentía mientras me adentraba en la(s) historia(s) que el autor me propone. Eso es lo que me ha sucedido con Vidas para un apocalípsis, de Borja Laita.

No os mentiré. A ratos se me atragantaba. Y es que el autor tiene una idea fija en mente, una premisa clara: no dar tregua al lector. Mostrarse inclemente. No hay lugar para la esperanza y la única certeza es que estamos condenados, que la fatalidad es nuestro destino inevitable. De la manera más vil, absurda, gratuita y terrible que os podáis imaginar

De una crudeza exacerbada, sin miramientos, violenta y excesiva en todos los sentidos, lo que más me aterraba mientras leía es que estoy convencido de que esa es la realidad, que así serían las cosas. El hombre es un lobo para el hombre y esa máxima aquí casi se queda corta. Salvajismo en estado puro, los instintos más básicos y ancestrales aflorando y relegando miles de años de evolución a la basura, volviéndonos unos animales con un único atributo que estos no tienen: La crueldad. En la naturaleza, matar para sobrevivir es justo eso, algo natural, no hay maldad en el acto. Esa es la diferencia con el ser humano, cuando la sociedad y todos sus constructos, todas las reglas y los condicionantes que sustentaban lo que llamamos civilización, se van a la mierda.

La obra, autopublicada en 2017, tiene un solo problema real, dejando al lado que no es recomendable para pieles finas y estómagos sensibles (y no por el gore precisamente, que también) y es el hecho de necesitar una buena mano de chapa y pintura. Una nueva portada, una maquetación en condiciones y una pequeña, pero necesaria revisión y estaríamos ante una obra brutal en todas las acepciones de la palabra. Esta novela/antología/relatos entrelazados lo merece. Es digna de un traje a medida y sobre todo, de que los amantes del género apocalíptico y con callos en el alma, le den una oportunidad. Quiero, EXIJO, una nueva edición, a la altura de su contenido.

Cantos y Lamentos del dios de los suicidas.

Cantos y Lamentos del dios de los suicidas es mi nuevo trabajo. Más que una antología, un punto de inflexión en mi carrera como autor y en mi propia vida.

En las ciento treinta páginas del libro, los Cantos os acercarán al realismo sucio, a lo extraño y al terror de todo tipo. Tradicional, psicológico, existencial, gore e incluso jugando con el humor negro, todo ello puro entretenimiento y perversa diversión. Por su parte, en los Lamentos, encontraréis textos mucho más introspectivos e intimistas, una suerte de confesionario donde conoceréis a quién vive dentro de la cabeza de su autor. Un antes y un después. Sufrir un infarto que te deja secuelas permanentes y constatar que desde ese momento, tu vida va cuesta abajo, lo cambia todo. Es pasar de la simple ficción al horror del mundo real y tangible, en tu propia piel, y tener que hallar el modo de superarlo, de vaciar el cubo de mierda que tienes en la cabeza antes de que rebose, con la excusa de siempre y de la única forma que sabes: contar historias que en este caso, ya no son tales. Todo ello mezcladito, alternando aleatoriamente unas y otras, para que os resulte una lectura variada y amena, y que seáis vosotros quienes así decidáis donde situar a cada una según vuestra opinión, aunque os aseguro que resulta más que evidente.

Mismo formato que mi anterior obra, siguiendo fiel al concepto de literatura de trinchera, económica y libre, tan cruda como honesta, sin complejos ni concesiones. Formato bolsillo, minimalista y al turrón.

Espero que os guste!

https://www.amazon.es/dp/B0BYRDSMZM…

Relatos inquietantes, de Violet Hunt.

Por Soraya Murillo.

Violet Hunt fue una escritora incomparable cuyas obras instalan pesadillas en el lector y lo marcan tan profundamente que nunca se recupera del todo. Una autora poco apreciada, era más conocida por sus fiestas y su naturaleza promiscua que por sus habilidades. Es irónico que algunas de sus mejores creaciones fueran obras innovadoras del feminismo que desafiaban el statu quo patriarcal y que ese mismo patriarcado fue quién la descartó. Ella puso patas arriba el sexismo aceptado en ese momento, creando su propia realidad y abriendo el camino para otras mujeres. Es una pena, porque pasar por alto a esta escritora es pasar por alto obras como “Relatos inquietantes”, un libro que quedará alojado en la imaginación, acechando sueños e ilustrando la competencia y maestría artística de una mujer.

Que esto sea una advertencia para aquellos que descartaron lo que una mujer es capaz de hacer. En este maravilloso ejemplar lo femenino se explora en todos los ángulos viciosos posibles. No hay rosas delicadas entre esta colección, sólo espinas. Se clavcan y cortan, profundo y ancho, dejando un camino visceral de carnicería y miedo detrás de ellos. Publicado en 1911, Hunt era en gran medida un caso atípico en ese momento. Las mujeres tenían pocos derechos, pero Hunt puso su pluma en papel y elaboró una nueva realidad para el sexo débil. Esto no es sólo entretenimiento. Hunt aporta poder a las mujeres en sus páginas, aunque con poderes oscuros. Sus personajes no son ni demonizados ni glorificados. Por el contrario, mira la realidad de lo que una mujer es capaz de hacer.

En historias como “El Telegrama” la mujer está tranquila, no tiene prisa de contraer matrimonio, es el hombre quien debe esperar ansioso. Cuando ella lo invita por fin a una cena, él se halla muy enfermo, pero acude. Alese relato le seguirá “La operación”, donde una mujer sufre de fuertes e inexplicables dolores, aunque no hay peor dolor que averiguar que su marido nunca dejó de amar a otra. “Las memorias” aquí Hunt permite la realidad de lo que una mujer podría ser capaz por crueldad, por placer… Sigue con “La plegaria”: ¿Qué no haría una mujer por seguir teniendo a su hombre que acaba de morir? Nuestra protagonista pedirá con todas sus fuerzas que regrese a la vida y esa plegaria será escuchada, pero todos sabemos que aquel que vuelve de la muerte ya no es el mismo. “El Carruaje”, la historia más fantasmal y conocida de nuestra autora, prácticamente se encuentra en casi todas las antologías dedicadas a los espectros o al terror. Allá en los páramos del norte se ha desatado una lluvia feroz, un carruaje recogerá a un viajero. Sus compañeros de viaje tendrán una enigmática conversación en ese aterrador carruaje que transporta…

Seguiremos con la lectura de esta recopilación de nueve relatos donde lo sobrenatural se apropia de todo el protagonismo. En “La boina azul” leeremos la historia de Christina, que dice ser descendiente de la familia Daunet, familia que participó en varias rebeliones jacobinas. En “El testigo”, un pequeño perro será testigo de una muerte. Un relato de culpa y locura. “El barómetro”: Cuando la terrible sequía asola un pueblo, los hijos del pastor se sienten inquietos, presienten que algo terrible va a pasar cuando por la noche por fin hace presencia la tormenta…

Cerrará la increíble antología con el título de “La piel de tigre”, en la que una vez más su personaje femenino no tiene miedo y es independiente. En esta ocasión una mujer quiere engendrar unos hijos perfectos, necesitando al hombre perfecto. Pero, oh, temblad, temblad ante el pasado que esconde.

Éstos son relatos de lo sobrenatural, lo macabro y lo extraño, Hunt brilla como una estrella literaria antes de tiempo, pero, aunque no obtuvo los elogios que merecía, su luz fue lo suficientemente brillante como para iluminar el camino de las escritoras que la sucedieron.

La Biblioteca de Carfax siempre trae joyas literarias.

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