Confieso que no he leído a Virginia Wolf. Conozco perfectamente de su relevancia en el mundo de la literatura, por supuesto, y curiosamente, sí he visto las películas sobre su obra y vida, tanto La señora Dalloway, título que sirve de eje central sobre el que se construye justo la novela Las Horas, de Michael Cunningham, y de la que vamos a hablar hoy, así como la adaptación cinematográfica de esta misma obra.

Siguiendo con las curiosidades, se da la circunstancia de que en esta ocasión, he leído la edición en catalán, mi lengua materna, algo que no suele ser habitual. No sé cómo será la edición en español, pero puedo decir que la catalana es una verdadera delicia. Es uno de esos casos en que lamento que mi nivel de comprensión lectora en inglés sea igual a cero, porque desearía poder disfrutar la novela en versión original, para comprobar si esa prosa tan maravillosa y exquisita, ese estilo tan sentido y particular, esa honestidad en la voz del narrador, se magnifica todavía más, si es que eso es posible, en su idioma natal.
No se si me atrevería a señalar el estilo de Cunningham como prosa poética (que no lo es. O igual sí, yo que sé), pero sí que sus palabras resuenan en mi cabeza con una suerte de ritmo natural acompasado, de fluir de forma suave, pero intensa y elegante, inundando al lector, sumergiéndole en la lectura. Un costumbrismo elevado, natural y profundo, como lo son las verdaderas emociones.
Tres mujeres, en tres momentos distintos, unidas por un elemento común: La novela “La señora Dalloway”. En una suerte de ejercicio de metaliteratura, la primera es su propia autora, Virginia Wolf, en pleno proceso creativo de la obra mencionada y sellando su destino. La sigue la señora Brown y la preparación de la fiesta de cumpleaños de su marido, un veterano de la segunda guerra mundial; y cierra el trío de mujeres Clarissa Vaughn, que intenta organizar una fiesta para su amigo Richard, enfermo de SIDA y ganador de un importante premio literario.
La locura, el trauma, la homosexualidad, el deseo, la pérdida y el suicidio, son los elementos que darán forma a las distintas tramas, que en realidad son una sola.
Una lectura intensa, que nos pone en la piel de los personajes de una forma tan natural, tan realista, que en las veinticuatro horas que pasaremos con cada una de las protagonistas y sus circunstancias, sentiremos que las conocemos de toda la vida y compartimos sus emociones y sus cuitas, en el ir y venir de los acontecimientos..
En definitiva, una obra para degustar sin prisas, con plena conciencia, regodeándose en su prosa, sus formas y lo que nos transmite. Cunningham hace magia con las palabras y su lectura merece ser disfrutada como se debe.