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She-Hulk: Abogada Hulka (Sí, a buenas horas…)

Pues sí. Como sabéis, voy a mi propio ritmo. La gente tiene prisa y yo no. Así que ahora, cuando hace apenas un par de meses que se estrenó, aunque para el mundo haya caído ya en el olvido por la voragine absurda en la que hemos entrado donde todo es efímero, os traigo mi opinión sobre Hulka.

Pues eso, que una vez iniquitada She Hulk debo decir que ha sido un gustazo. Muy, pero que muy fiel al espíritu y la esencia de los comics. Una serie fresca y divertida, sin pretender ser lo que no es, simpaticota, buenrrollera, juguetona, con un sentido del humor delicioso y que se ríe de si misma y sobre todo, se anticipa a sus haters y se chotea en su cara. Lo de las bromas internas, los personajes invitados, los guiños y referencias y lo de llevar el romper la cuarta pared a otro nivel ya ni lo menciono, porque es de perogrullo: puta maravilla.

Me he sentido super a gusto viéndola y con una sonrisilla tonta permanente. No puedo pedirle más. Me tienen ganado y con ganas de una segunda temporada.

Channel Zero: Candle Cove

Chanel Zero parte de una premisa que me encanta. Es una serie cuidada, que consigue crear una atmósfera malsana muy lograda y en cuanto a producción, se ve que hay presupuesto más que aceptable para lo que es fotografía, diseño y demás. Pero en serio: ¿Seis capis para contar esa historia, cuando llevaba treinta minutos del primer episodio y no ocurría nada que me invitase a desperezarme? Planos estáticos, escenas sin que suceda nada de nada. Personajes perdiendo el tiempo sin más que deambulando o quedándose plantados con la mirada fija y perdida.

¿De verdad es necesario alargar por alargar? ¿Eso se supone que le da calidad a la serie? ¿Acaso la historia no funcionaría con un poco más de ritmo, sin perder la tensión y equilibrando un poco los tempos? Joder, que no digo que quiera acción desenfrenada, que entiendo que la narración sea pausada y que eso ayuda en ocasiones a crear el clima adecuado. Pero la leche… Me aburría. Era incapaz de mantener mi atención en ella. Es desesperante. No es que sea pretenciosa, pero con la excusa de ``introducir al espectador´´ se regodea, y mucho, en lo guay que esta rodada y lo que se mola. ¿No hay termino medio o que demonios pasa?

Y aún así, con ese lastre a nivel narrativo, a esa tediosa forma de contar la historia, a la sensación de que no ibamos a llegar nunca al meollo del asunto, al final he de admitir que pese a todo, es una gran serie y me ha gustado. No sabría decir cuando ni como se arregla, cuando pilla finalmente el ritmo y consigue alinear todo lo mostrado para que por fin fluya como debe, hasta llevarnos al zenit de la obra y allí, maravillarnos. Pero lo hace.

Atrevida, con varias capas superpuestas que esconden mucho más de lo que aparenta y que pueden pasar inadvertidas por la desesperación del espectador ante la lentitud en que se desarrollan los hechos. Me ha hecho bostezar en los primeros capítulos, me he contenido por no quitarla, obligándome a seguir viéndola casi a la fuerza y con todo, la maldita logra al final convencerme para que le entre al trapo con la segunda temporada. Veremos si han aprendido de los muchos errores de la primera y saben mantener sus pocas, pero enormes virtudes, lo extraordinario, en lo que sea que me vaya a encontrar.

Cortar por la línea de puntos (Strappare lungo i bordi) Netflix

A ver, gentuza querida: ¿Por qué razón nadie me había hablado de esta maravilla de serie de animación en Netflix?

Joder, menuda macarrada. El autor de la serie y protagonista de la misma es un punketo antisistema, cagón y frikazo, artista frustrado y pringao vocacional. Un indigente emocional, hablando de todo y poniéndose y poniéndonos en evidencia. Crítica social, recorrido vital y drama soterrado que se va deshilachando entre risas, disfrazado de historia de amor y humor. Tragicomedia existencial con litronas, porros, helados, insultos y palabrotas, wc’s atascados y un armadillo que habla, a modo de Pepito Grillo.

En fin: culta y soez, divertida y grosera, dura y realista, triste y sin filtros, dando hostias a mano abierta y muy, muy, muuuuy disfrutable.

EL CÍRCULO. EL PASO 4: LAS SERIES TELEVISIVAS.

Por José Luis Carbón

En este nuevo capítulo, se analizarán las dos series televisivas:

-1999 –The Ring: The Final Chapter (Ringu: Saishûshô)

-directores: Fukumoto Yoshito, Hidetomo Matsuda, Yoshihito Fukumoto

-1999 –Rasen -director: Yoshihiro Kitayama

Volvemos al universo de Sadako, después de revisionar el material fílmico que la obra de Koji Suzuki dio hasta el 2000. En 1999 dos series de televisión y el primer remake, coreano, siguieron insistiendo en que no se deben ver cintas de video malditas y en el 2000 la precuela del boom de The Ring versión Hideo Nakata quiso buscar el origen de todo esa materia fílmica.

El logotipo de la productora.

El 7 de enero de 1999 la productora Fuji Television Network junto a la Kyodo Television emitió el primer capítulo de la serie televisiva basada en la novela de Suzuki titulada Ringu: Saishûshô y conocida internacionalmente como The Ring: The Final Chapter (justo dieciséis días más tarde se estrenaba en todo el país la secuela de Hideo Nakata The Ring 2). La cadena japonesa Fuji Television es importante en la difusión del anime japonés en todo el mundo gracias a Dragon Ball, Ranma ½, Yu Yu Hakusho, Rurouni Kenshin, Digimon, Hellsing, One Piece, Dr. Slump y muchas más series (algunos que tenemos ya una edad siempre recordaremos con melancolía…vale, lo diré: Heidi y Marco). El éxito de ventas de la novela de Suzuki y del film de Hideo Nakata hizo pensar a la cadena que todavía podía estirarse el chicle hasta doce capítulos. El éxito fue inmediato.                                          

El formato televisivo permitió cambiar el tiempo que disponían aquellos que se aventuraban a ver el video maldito: trece días en lugar de una semana. Pero claro está que a pesar de que se sigue la trama fundamental de la historia original de la novela (el periodista Akasawa que investiga la extraña muerte de unos adolescentes, el descubrimiento de la cinta, el descubrimiento de la maldición y cómo salvar tu vida y la de tu hijo) los cambios son necesarios por dos motivos: uno, nombrado más arriba, porque se tiene que explicar la historia en 540 minutos; y dos, el público quería ver otras tramas, una expansión del universo ringniano, que podríamos decir ya a esas alturas

La serie The Ring: The Final Chapter, a mi modo de ver, cumple bien con el objetivo de respetar la idea central de toda la historia y su tema principal, el de la muerte y cómo nos aferramos a la vida y a la vez de incorporar unas tramas argumentales que enriquecen toda la historia.

La serie es, en ese aspecto, una nueva versión de la novela, y a la vez un remake de la primera plasmación visual de la obra de Suzuki, el telefilm Ringu (1995). De hecho el primer capítulo es casi literalmente la primera parte tanto el telefilm como de la novela. Kazuyuki Akasawa (interpretado de forma convincente por Toshiro Yanagiba) decide investigar la muerte de varias personas que tienen en común el haber muerto a la misma hora y de un supuesto ataque al corazón. La investigación le lleva al descubrimiento del video maldito, su visión y, como es de esperar, la lucha contra el tiempo por conseguir la forma de evitar o vencer a la maldición.

Akasawa ante el video maldito.

Y decimos que es casi literalmente porque se añade una trama argumental que será la que dé juego a toda la serie: Ryuji Takayama (recordemos que en la novela es el personaje que acompaña a al periodista Asakawa en su investigación, y en las diferentes versiones cinematográficas y televisivas fue tomando diferentes matices; en nuestra serie está interpretado, muchas veces sobreactuado, por Tomoya Nagase) es un popular vidente que, en pleno programa televisivo sobre los poderes mentales y maldiciones, lanza una apuesta al también famoso profesor Kaneda, contrario a la existencia de tales fenómenos, en la que afirma que en una semana éste estará muerto. Junto a este personaje nos encontramos con Mai Takano (interpretada magistralmente por Akiko Yada), hermana del anterior, perturbada por un trauma infantil y que presenta una de las nuevas tramas en esta serie que se cruza con la historia de Sadako.

Uno de los aspectos que más llama la atención de esta nueva vuelta de tuerca sobre la historia de Sadako es la de que el video maldito a simple vista no lo es tal. Me explico. Antes de que el personaje de Akasawa vaya a investigar al hotel donde su sobrina y unos amigos fueron a pasar un par de días y vieran el video, una compañera de trabajo, Akiko, le comenta que está en boca de todos una leyenda urbana que afirma que un video de la famosa cantante Matsuzaki Nao (nombre real de la actriz y cantante japonesa) hace que quien lo vea se muera. Es curioso que se utilice un fragmento del famoso video-clip de la canción Shiroi Yo en un momento en que los cantantes pop japoneses eran aclamados por los fans como dioses. 

Video-clip “Shiroi Yo”

El hecho de que ese video pudieran verlo miles de jóvenes lo hacía mucho más peligroso ante la supuesta maldición. ¿Y qué papel juega Sadako en este nuevo video? La respuesta la tenemos en lo que la cultura japonesa es algo que de tanto en tanto nos tiene acostumbrados, en series infantiles o canciones pop. ¿Algún lector recuerda hace muchos años, a finales de los 90, la polémica surgida en torno a un capítulo de la serie Pokemon donde las imágenes brillantes provocaron ataques de epilepsia a cientos de niños en Japón? Un elemento que en la serie que estamos analizando es de lo más original de este universo: la imagen subliminal. Un video dentro de otro, la matrioshka que descubre Asakawa en el segundo capítulo gracias a Takayama y en el que podemos ver un bebé, una mujer mirándose al espejo y el aviso de que si ves esto morirás en trece días. El hecho de que The Ring sea la historia de una maldición, llevada a cabo a través de la visión de unas imágenes creadas por la misma Sadako, y de la lucha humana contra la muerte, no puede ser más sintomático que la visión inocente de un video-clip musical se convierta en una sentencia de muerte para quienes no han de morir todavía. Por cierto, una vez vista la serie recomiendo ver en YouTube el video-clip completo de la canción Shiroi Yo, todo un espléndido documento visual, muy metafórico y con unas imágenes muy ringnianas.

Otro aspecto que merece ser remarcado es el hecho de poder ver día a día el sufrimiento del protagonista por evitar la maldición de Sadako. Pasamos de la alegría al dar un paso positivo a la tristeza y melancolía al dar un paso en falso. Para los amantes de las series televisivas de los últimos años puede ser toda una sorpresa el poder verla hoy en día. Tiene un tempo narrativo que le va bien a la trama argumental. Los capítulos se encadenan unos a otros con un ritmo adecuado. Y a pesar de que la trama es por todos conocida, algunos capítulos son excelentes. El capítulo octavo, por ejemplo, es uno de los mejores. Todo el drama de los personajes se muestra aquí, sin estridencias, con una música coherente con los sentimientos de Akasawa, Akiko o Takayama, y con unos diálogos concisos y contundentes: Akiko le pregunta a Akasawa qué puede hacer para ayudar o dar con la solución a la maldición. Puede parecer un diálogo poco original o intrascendente. Pero para nada lo es cuando has estado conviviendo con la lucha personal de ambos protagonistas durante siete capítulos anteriores. Y el capítulo final lleva a las últimas consecuencias lo que ocurre con el hijo de Akasawa y que fue obviado en el film de Nakata.

La serie The Ring: The Final Chapter es como una versión extendida de la trama principal de The Ring. Contra todo pronóstico, y sin ser una obra maestra (ni fue esa su intención), es muy respetuosa con el material que tiene entre manos. Un material fantástico que se convierte en un drama. De hecho, podríamos hablar de un drama con elementos sobrenaturales.

El éxito en Japón de la serie hizo que una segunda parte rápidamente se llevara a cabo. Al igual que The Ring versión Nakata tuviera una secuela no oficial (que adaptaba, recordemos, la segunda novela de Koji Suzuki), The Ring: The Final Chapter tuvo como secuela la serie Rasen, producida de nuevo por Fuji Television Network. Rasen, la nueva propuesta televisiva, se alejó conscientemente de su predecesora al tener presente la vertiente sobrenatural de toda la trama y llevándola al extremo argumental en el que cada episodio iba a ser un no va más de la historia.

Rasen, la serie, orbita sobre el tema de la paternidad, omnipresente en la novela y en cada una de sus adaptaciones, tanto en cine como para televisión. Pero en este caso la paternidad es presentada de una forma especial: Ando Mitsuo (interpretado de forma convincente por Kishitani Goro), profesor en la enseñanza secundaria, perdió a su hijo al no poder salvarlo de ser ahogado en el mar, pero su mujer, ingresada en un centro psiquiátrico, lo cree todavía vivo, por lo que nuestro protagonista la visita ejerciendo todavía de padre.

Este hecho condicionará toda la trama de la serie y conectará con una parte de la novela primigenia de Koji Suzuki y con la totalidad de la segunda novela Spiral. Recordemos que ya la historia fue contada en el film Rasen (1998) ya comentado en la entrega 3.

Portada de la segunda novela de la saga.

Ver cada uno de los capítulos de Rasen, a diferencia de su antecesora, The Ring: The Final Chapter, es asomarse a un montaña rusa de tramas y subtramas argumentales que en algunos momentos pueden perjudicar el relato, pero que en la mayoría se acaban integrando en una historia que va mucho más allá que la adaptaciones anteriores: Sadako quiere vivir en nuestro mundo físico y la frontera entre la vida y la muerte se desvanece cuando la ciencia entra en acción.

Pero ahora ya no tenemos una cinta de video maldita que circula libremente para todo aquel desdichado o desdichada que quiera verla. La maldición circula por Internet. Es la primera vez que vemos que las imágenes están grabadas en un disco compacto. No podemos evitar pensar, al ver el interesante capítulo 5, en el que la maldición de Sadako puede ser enviada al mundo entero a través de la televisión, en el tema de la globalización y el terror.

¿Sadako vía WhatsApp?

Rasen se emitió en 1999. En dos años el mundo conocería un nuevo tipo de horror tras el 11-S. Ya las ficciones cinematográficas desde los años 50, en plena guerra fría, alertaban del horror universal (o lo que como sinónimo podemos decir horror norteamericano; por cierto, ahondaremos más en esta cuestión cuando nos enfrentemos al primer remake americano, en el 2002, The Ring –La Señal) a través de la radio. El medio como elemento clave en todo este entramado sobrenatural, la aldea global, en palabras de McLuhan, que Sadako necesita para expandir su maldición.

A pesar de estar producidas las dos series que estamos comentando, Rasen, frente a The Ring: The Final Chapter, muestra la ciencia-ficción de una forma mucho más patente. Será la ciencia y la tecnología la que devuelva a la vida a Sadako. Ya desde el mismo momento en que el personaje de Aihara Natsumi (interpretada por Yoshimoto Takami), exalumna de Ando e investigadora, ayuda al profesor en su búsqueda de la verdad, nos encontramos con una serie de acción, muy del estilo de las aventuras paranormales de los agentes Mulder y Scully en Expediente X (muchas de las escenas de ambos personajes son un calco de la serie de Chris Carter: búsqueda de pistas en lugares abandonados, con sus linternas en la oscuridad, tonos azulados… y que la serie fuera todo un fenómeno en Japón…¡también ayudó!).

La nueva Sadako serie

La serie contiene más dosis de terror que la precedente y está bien dosificado su uso: atención a un momento sublime del imprescindible capítulo 8, donde Ando ha de tomar una decisión trascendental en su vida privada y para el resto del mundo. Y es que el drama personal que vive el protagonista es parejo al vivido por el padre protagonista en The Ring: The Final Chapter: en ambos casos la lucha entre los deseos como individuo y el bien común con la humanidad (honor, sacrificio, elementos recurrentes en toda la tradición oriental) la sentimos, la vivimos, en una historia que, por muy fantástica que se nos antoje, conecta con todos nuestros miedos más profundos, como ya dijimos en entregas anteriores y no podemos obviar en todas las entregas, como es el de morir i/o perder a un ser querido.

Aihara y Ando.

Para todos aquellos y aquellas que quieran echar un vistazo a las dos series que acabamos de comentar, pueden visionarlas en YouTube, con subtítulos en inglés (1). La calidad no es muy buena, pero vale la pena sumergirse en dos series interesantes, curiosas, que incluso pueden asombrar en más de una ocasión, aunque también podamos ver cierta repetición de ideas tanto visuales como argumentales (algo que podríamos achacar a muchas de las series que se emiten actualmente: a mi mente vienen las dos últimas temporadas de The Walking Dead…y ya que nos animamos, descarto para esta aseveración la sublime, inclasificable y ya obra maestra de nuestro tiempo, la tercera temporada de Twin Peaks).

La que comentaremos en la siguiente entrega: El Círculo 5: el remake coreano de 1999 The Ring Virus (dirigida por Kim Dong-bin) y la precuela oficial Ring 0 del año 2000 (dirigida por Norio Tsuruta)

NOTAS:

  1. En el canal Rare Ringu se pueden ver tanto las dos series que hemos comentado y la primera adaptación de la novela que ya analizamos en la primera parte de esta serie. Ringu (1995).

 

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Westworld. Haga sus sueños realidad sin remordimientos.

Por R. G. Wittener

En 1973, Michel Crichton dirigió y firmó el guión de un clásico de la Serie B de Ciencia Ficción: Westworld, traducida al español como Almas de metal. Siguiendo la misma receta que le permitió triunfar con sus novelas, Crichton planteaba la posibilidad de un invento científico revolucionario y, partiendo de ahí, imaginó un desastre catastrófico. En el caso de Westworld se enfocó en las inteligencias artificiales y asustó a sus espectadores con el peligro de desarrollar androides humanoides que pudieran descontrolarse. Personalmente, no llegué a ver la película hasta hace unos pocos años, y la impresión que me dio es que tenía una propuesta interesante pero un desarrollo de lo más simplista.

En 2013, Jerry Weintraub recuperó la idea de Crichton y, con la colaboración de Jonathan Nolan y Lisa Joy, consiguió exprimir su trama, en el amplio sentido de la palabra, creando una serie de televisión que emitió HBO en 2016. Una idea que los aficionados a la ciencia ficción y los dilemas con las IAs nunca podremos agradecerle lo suficiente (y que algunos, como yo, lamentaremos haber tardado tanto en disfrutar). Las casi diez horas de la primera temporada (con una segunda a punto de estrenarse) son una delicia. De nuevo se nos presenta un parque de atracciones de última generación, en el que los visitantes pueden disfrutar de una gigantesca recreación del Salvaje Oeste, poblado por androides que imitan a la perfección a los típicos personajes del Far-west (e incluso a su fauna). Sin embargo, mientras que Crichton derivó hacia una historia de terror pseudocientífico con los androides convertidos en monstruos, la nueva Westworld cambia por completo ese planteamiento y nos hace experimentar la terrible realidad de los androides: seres que no solo son capaces de sentir, si no que han sido provistos de una historia personal, unos recuerdos de un pasado inexistente y unos vínculos sentimentales ficticios que les hacen creer que son personas. Y en el mismo primer episodio ya se nos da una visión muy aproximada de lo que es vivir en un bucle sin fin, obligados por la «línea narrativa» del parque a interpretar a un cierto personaje, y llevar a cabo las mismas acciones una y otra vez, día tras día. Pero, sobre todo, sometidos a cualquier deseo que puedan imaginar los visitantes humanos, ya que su única función es hacer realidad los sueños de esas personas, por más oscuros y retorcidos que sean. En este cambio de perspectiva, el terrorífico Hombre de negro que encarnase Yul Briner tiene también su contrapartida actual de la mano de Ed Harris. Solo que el monstruo, esta vez, no es un androide.

El debate transhumanista discurre por unas sendas similares a las de la serie Humans (adaptación de la sueca Real Humans, por cierto). ¿Hasta qué punto acabamos degradando nuestra propia humanidad, si somos capaces de desconectar nuestra empatía frente a seres que, por más artificiales que sean, están vivos? Después de dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos contra una cosa que es igual que cualquier humano, ¿quién no temería que eso acabase por liberar el apetito por una víctima «más real»? En la serie, los visitantes recurrentes son adictos a la sensación de no estar sujetos por ataduras morales; de poder llevar a cabo las atrocidades que nunca se atreverían a cometer en el mundo real, porque en Westworld no deben correr con las consecuencias. Y se da a entender que sus retornos se deben a que «solo allí» se atreven a liberar a sus demonios. Pero yo me permito dudar de que, una vez abierta la caja de Pandora, fuera a ser tan sencillo no dejarse llevar por la tentación.

La serie explora también el campo del conflicto moral que deberían enfrentar los creadores de unos seres cuyas IAs los hacen casi humanos por entero. En la serie tenemos a Anthony Hopkins como Robert Ford, el creador que actúa desde la perspectiva de un dios y se niega a ver a los androides más que como simulacros muy sofisticados de personas reales (con un nivel de interpretación que llega a recordar a Hannibal Lecter). Pero, a medida que transcurren los episodios, descubrimos que hubo otro científico implicado en el desarrollo de las IAs, y que su postura era diametralmente opuesta a la de Ford. Que para este hombre todos los rasgos humanos de los androides les convertía, en definitiva, en seres humanos, y como tales debía impedirse la explotación a la que iban a ser sometidos. Una disparidad de opiniones que no terminó con la muerte del segundo progenitor, pues en la arquitectura de los cerebros cibernéticos quedaron incrustados unos procesos que les animan a escapar de la trampa en la que encerraron sus mentes. Y es que de hecho la manipulación que sufren es de tal envergadura que, a pesar de que se les borre la memoria al final de cada bucle, no pueden evitar conservar pequeños fragmentos de lo que han vivido. Recuerdos que vuelven a su memoria durante su tiempo de «sueño», haciendo que revivan como pesadillas todo aquello que les han hecho sufrir los visitantes. Amén de tener flashes sobre las distintas vidas que han inventado para ellos los guionistas del parque a lo largo de los años. Ecos de unos sentimientos que definieron lo que eran, hasta que alguien decidió cambiar por completo su existencia. Y pocas cosas hay tan horribles como descubrir que toda tu vida y todo lo que sabes sobre ti es mentira.

Argumentalmente, la primera temporada se vertebra en torno a las tramas de dos personajes femeninos (las androides Dolores y Maeve), y dos personajes masculinos (el Hombre de negro, y Robert, el co-creador de las IAs). Todos atrapados en Westworld, bien de forma voluntaria u obligada, mientras intentan encontrarle un sentido a sus vidas (o, en el caso de Ford, agarrándose a la única vida que tiene sentido para él: controlar el destino de sus criaturas). Enredados sin poder evitarlo en esa dinámica de eternos bucles que define el parque y que nos acaba dirigiendo hacia un final en el que acaban colisionando las ansias comerciales de quienes dirigen el parque con los propios deseos de estos personajes. Un final apoteósico, después del cual a mi se me ocurre que la segunda temporada podría tener un cierto regusto a Retorno a Parque Jurásico. En cualquier caso, resulta imposible comentar más al respecto sin fastidiar a todos aquellos que aún no hayan visto la serie. Tan solo puedo animaros a que, en cuanto acabéis de leer éstas líneas, os preparéis para disfrutar y darle muchas cosas con las que pensar a vuestro cerebro.

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SERIES: ALTERED CARBON, ¿El espíritu sobre la carne?

Por R. G. Wittener.

Si me guío por mi propia experiencia, la última serie de éxito producida por Netflix debe de estar haciendo muy felices a los aficionados a la Ciencia-Ficción. Para los veteranos, sobre todo, ofrece una combinación de elementos nuevos y «homenajes» a obras anteriores que ayudan a vincularla con universos ya conocidos por mera similitud visual.

En principio, Altered Carbon se presenta como una distopía ultra científica; pero desde el primer episodio comienza a desarrollarse bajo las líneas argumentales de una novela hard-boiled, evolucionando hacia el final de modo que acaba siendo una historia de aventuras a lo Misión Imposible (o un western de venganza, no sabría decidirme por estas dos opciones). La acción transcurre a finales del siglo XXIV, en una sociedad transformada por dos hitos científicos radicales: la capacidad para almacenar toda la información del cerebro humano en un dispositivo electrónico, y la posibilidad de crear cuerpos nuevos (con características por encima de lo normal, incluso) para sustituir a los dañados o afectados por enfermedades, la vejez, etc… De hecho, cambiar de cuerpo se considera tan habitual que el nuevo término para designarlo es «funda«. En términos sencillos, se ha puesto al alcance de la humanidad la inmortalidad. Sin embargo, como he dicho, este es un universo distópico, y los verdaderos avances de esta tecnología han quedado reservados para el uso y disfrute de quien pueda pagarlos. Limitando las opciones de la gente normal a «reutilizar» fundas de segunda mano, endeudarse para pagar la producción y mantenimiento de un clon al que ser transferido si ocurre algo malo, o permanecer «dormido» en el dispositivo que sirve de almacenamiento de memoria (la «pila«), a la espera de ser resucitado. Y toda la trama de la serie gira en torno a esta futurible sociedad, y a toda una variedad de problemas derivados de que esa tecnología se hiciera realidad, que se plantean al respecto.

El primer conflicto que se plantea es el de la identidad del individuo, y su vínculo entre lo físico y lo intelectual. Algo que aparece al presentarnos al protagonista, Takeshi Kovacs, cuya mente había permanecido encarcelada durante 250 años hasta que un Mats (abreviatura de Matusalén, usada para calificar a aquellos tan ricos y poderosos que llevan siglos transfiriéndose de un cuerpo a otro) paga su resurrección. Y entonces descubrimos que, sin el dinero necesario, las personas pueden acabar «re-enfundadas» en cuerpos de distinto sexo, o de edades diferentes (adolescentes en el cuerpo de ancianos), porque deben contentarse con lo que les ofrece el sistema penitenciario (que encierra mentes y saca tajada reaprovechando las fundas de sus reclusos, si es que ningún allegado paga por evitarlo).

El dilema de la identidad ligada a lo físico se plantea de diversas maneras durante la historia: desde el mero robo de identidad, si se consigue transferir la memoria a una funda idéntica a la que esté usando otra persona; al problema de encontrar el cuerpo de alguien que te importa «ocupado» por otra persona que ha sido re-enfundada en él; hasta el drama (o la comedia) de que un ser querido sea re-enfundado en un cuerpo que nos resulta totalmente ajeno. Y es que, en ese sentido, el universo de Altered Carbon se decanta por considerar casi indisoluble la mente con el cuerpo en el que nace; planteando la posibilidad de sufrir un trauma psíquico de resultas de ser re-enfundado en demasiados cuerpos distintos. Amén de que, para quienes pueden pagarlo, los implantes y las mejoras exóticas se convierten en una forma de unir el aspecto físico con el ego de la persona.

Todo lo anterior afecta en especial a la gente de a pie, pero pronto acabamos descubriendo que ni siquiera los Mats estarían a salvo de resultar perjudicados por este nuevo orden social. Para empezar, la vida eterna serían una jaula de cristal para los hijos de los Mats. Si tu padre no va a morir, la sucesión es una quimera. Para quienes no fueran capaces de buscar una vía para la «emancipación personal», la serie les augura un futuro tratados como niños por muchos siglos que cumplieran. Y algo parecido se plantea con el matrimonio, ya que las parejas se verían abocadas a una convivencia infinita procurando aceptar (o ser ciegos) a los deslices del otro (una visión un poco reducida por parte de los guionistas, obviamente, ya que tampoco sería extraño pensar en todo lo contrario: que los Mats fueran cambiando de pareja a medida que se aburriesen el uno del otro).

Por encima de todo eso, sin embargo, asoma un problema mucho mayor: el hastío. Cuando uno dispone de todo el tiempo del mundo, cualquier cosa puede dejar de ser entretenida o divertida. Sentirse maravillado se vuelve más difícil. Y en la serie eso se considera como el motor hacia los peores instintos del ser humano. Los Mats, a pesar de sus cuerpos perfectos y sus hogares llenos de arte magnífico, no son elfos de Tolkien. En todo caso, serían elfos de la tradición nórdica. No solo le han perdido el miedo a la muerte, si no que han llegado al punto de disfrutar haciendo uso de su poder para ver morir a otros. Y, como de hecho están en una posición que les hace casi intocables por la ley, su morbo no se limitaría a simples juegos de gladiadores, dando riendo suelta a deseos mucho más horrendos. Al poder pagar un cuerpo de reemplazo, ¿por qué no permitirme un sadismo desbocado, si la otra persona puede ser transferida a un clon cuyo físico está intacto? ¿Por qué no ir un poco más allá?

Es el peligro de esta casta de inmortales deshumanizados contra lo que se postula la serie. Aunque, respetando su espíritu distópico, no llega a ofrecer una solución efectiva. Los movimientos revolucionarios que pusieran en peligro el status quo de los Mats estarían, obviamente, abocados a sufrir una represión absoluta por el gobierno (que sería decir lo mismo que los Mats); y la única vía de resistencia que se postula queda en mano de los ortodoxos religiosos, cuya renuencia a aceptar la prolongación de la vida se reduciría a las clases bajas.

En cuanto a la trama y su universo, creo que eso es todo lo que puedo comentar sin fastidiarle el visionado a nadie. Así que paso a comentar las similitudes estéticas y temáticas con otras obras de ciencia-ficción. De las cuales, la más obvia es Blade Runner. Con esas imágenes suburbiales, los toques de inspiración nipona, la oscuridad perenne y la lluvia constante, además de los aerovehículos que usan para desplazarse por Bay City. De hecho, teniendo en cuenta que hay la posibilidad de modificar las fundas con especificaciones muy por encima de la fuerza y la resistencia humana, extraña no ver un cuerpo policial específico (lo cual la acercaría también a Ghost in the Shell).

Por otro lado, hay varios momentos que se desarrollan en la realidad virtual, con una estética y una interacción que no queda lejos de Matrix (aunque, por necesidades del guión, aquí se puede morir en el entorno virtual sin sufrir una muerte real), y el detalle que más me extraña a este respecto es que vemos usar la RV para tratar trastornos psíquicos pero no se habla de que la usen para reeducar a los presidiarios (una idea que bien podrían haber pedido prestada a Demolition Man, ya que su sistema presidiario consiste en «congelar en el tiempo» a los criminales).

Por último, y en contraposición con todo ese Cyberpunk oscuro «clásico», tenemos el universo élfico de los Mats, marcado por el vestuario desinhibido y una perfección física que, como ya he dicho, solo sirve para disimular una conducta propia de seres que van camino de perder toda la humanidad. Un marco visual que ya hemos visto en películas futuristas y, en mi caso, me recuerda al habitual recurso del anime japonés de utilizar el estilo decimonónico para proyectar poder y tradición sostenidos a lo largo del tiempo.

¿Mi opinión? Que esta serie, y sus futuras temporadas (si se desarrolla la saga literaria original) puede convertirse en un referente ineludible al considerar las opciones del transhumanismo (las IAs, aunque presentes, tienen un protagonismo menor). Y, además, lo está haciendo de un modo entretenido. Algo que quizás no satisfaga a quienes querrían un tono más duro o filosófico de una distopía, pero no impide que, después de acabar de verla, te sigas planteando preguntas de gran calado. En especial, la que toda especulación de Ciencia-Ficción tiene detrás «¿…y si esto fuera posible?»

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Stranger Things 2: La dificultad de mantener el listón.

Por R. G. Wittener.

Voy a empezar este artículo con una afirmación que sonará incoherente: la segunda temporada de Stranger Things ha sido, al menos, tan buena como la primera; pero no creo que el formato de «secuelas» sea el que mejor le viene a ésta serie. Yo, personalmente, considero que deberían de haber optado por un planteamiento similar al de American Horror Story y, por más que sea fan del personaje de Eleven, los guionistas deberían haber mantenido su idea original de no «resucitarla». Algunos héroes brillan más cuando se sacrifican.

Dicho esto, insisto: nadie que disfrutase con los episodios de la primera temporada podrá haberse sentido defraudado con lo que los Hermanos Duffer y Shawn Levy nos han ofrecido este otoño. Un éxito que era fácil de obtener conmigo, ya que me ofrecen los contenidos de dos de mis libros favoritos de King: la niña con poderes sobrehumanos que el gobierno quiere convertir en un arma (Ojos de Fuego), y el grupo de adolescentes capaces de enfrentarse al monstruo que los adultos no pueden ver (It). Y si a eso le añadimos el factor fan de lector de cómics de superhéroes mutantes, cualquiera puede imaginar con qué gusto he devorado las dos temporadas de la serie.

Empecemos por lo fácil. ¿Qué ha sido lo mejor de estos nueve capítulos? Pues en primer lugar, sin duda, las escenas protagonizadas por el grupo de chavales. El espíritu de los Goonies continúa flotando sobre cada una de ellas, como en la primera temporada; con esa combinación de emoción y humor tan especial, que consigue hacernos desear volver a ser unos críos y poder formar de esa pandilla. Y algo genial que han hecho ha sido el desarrollo emocional de los personajes. Obligados por la estructura de tramas en paralelo que ha constituido la temporada, eso sí, pero han acabado distribuyendo a los protagonistas en parejas que, en varios casos, han funcionado de una manera brillante. Y no me refiero solo a Hopper y Joyce, o a Nancy y Jonathan, sino a Steve y Dustin, o Hopper y Eleven. Sobre todo ésta última, que nadie podía imaginarse al principio de la temporada; pues el choque del ultraprotector Hopper contra las ansias de reunirse con sus amigos de Eleven han acaparado los momentos de mayor intensidad de la serie (con la salvedad de Will y su madre). En cualquier caso, cada emparejamiento ha servido para perfilar a los personajes y mostrar también el proceso de maduración propio de su edad.

Por otro lado, hemos vuelto a disfrutar con el revival ochentero que ya se convirtió en sello particular de la serie en la primera temporada. A los fans que vivimos aquellos años siendo unos críos nos han regalado una plétora de referencias a esa década, unas veces más discretas y otras más obvias: los Cazafantasmas, los videojuegos clásicos, el Dungeons and Dragons… que han servido para llenar Youtube con vídeos en los que intentan recopilar todas, y de paso demostrarte cuántas se te pasaron inadvertidas.

Y ahora, la píldora amarga. ¿Qué es lo que menos me ha gustado? Quizás la trama de Max y su hermanastro, Billy. Porque durante la mayoría de la temporada han tejido una neblina de secretos en torno a quiénes eran en realidad y qué circunstancias los habían llevado a Hawkins; provocando toda clase de elucubraciones (yo llegué a pensar que eran delincuentes fugados), que se resolvieron luego de un plumazo en un par de escenas. Y aunque la solución podría ser aceptable respecto a su pasado, que la relación entre Max y Billy se equilibrara con una simple demostración de fuerza por parte de ella no me acaba de cuadrar con todo lo que me habían mostrado antes. Aparte de que, si su trasfondo iba a ser tan «mundano», bien podrían haber ido eliminando el misterio episodio a episodio. Y eso me lleva a mi otro motivo de descontento con la serie: su duración. Incluso aumentando la longitud en un episodio, se ha hecho demasiado corta. Demasiado concentrada. Y, si no me equivoco, eso se ha debido al hecho de mantener a Eleven en la historia. Tanto su huida, como el encuentro con su «hermana mutante» y su entrenamiento, han respondido a la necesidad de organizar una trama para ella y, a la vez, mantenerla lejos de un argumento principal que no habría resistido que interviniera antes. Además de que su encuentro con Kali, concentrado y refinado hasta el límite para reducirlo a un episodio, ha abierto líneas que merecería la pena explorar. Incluida la posibilidad de un viraje moral que, por desgracia, no podían permitirse en el que se ha convertido en su personaje estrella.

Y esto nos deja con el final de la temporada: mi mayor motivo de preocupación cara al futuro de la serie y sus personajes. En primer lugar, el hecho de que persista la amenaza de «el otro lado» parece vaticinar (aunque confío en que no será así) que seguiremos estancados en Hawkins y la misión de sus jóvenes protagonistas volverá a ser cerrar el portal desde el que llegue el mal. Esperemos al menos que no vuelvan a usar a Will como víctima/huesped/chico de los recados… Aunque el mayor dilema será comprobar cómo se resuelve el elemento más desequilibrador de la serie: Eleven. Un personaje que los Hermanos Duffer han reconocido que no entraba en sus planes para la segunda temporada, y que va camino de replicar el síndrome de Sylar y Fénix, esto es, obligar a los guionistas a bregar con un personaje tan poderoso que no tiene rival (¿quizás Kali podría ejercer ese papel en el futuro? ¿O volverá su falso padre con medios para torturarla de nuevo?). De hecho, Hopper parece destinado a convertirse en un remedo del Profesor-X, e ingeniárselas para evitar que su recién adoptada y muy impulsiva hija no acaba convertida en otro icono literario de los 80: Carrie.

Eso sí, no me malinterpretéis. A pesar de todas estas dudas y reticencias, confío en que el equipo creativo logrará desarrollar otra historia que haga la tercera temporada memorable. Stranger Things cuenta con unos personajes muy interesantes, y en estos nueve episodios hemos atisbado varias líneas argumentales que bien podrían fundamentar una nueva tanda de aventuras para Lucas, Will, Mike, Dustin, Max y Eleven. Es solo que me angustia pensar en la posibilidad de que se arruine una de mis series favoritas, antes de lograr convertirse del todo en una obra de culto.

 

Dark, de Baran bo Odar y Jantje Friese, de lo más recomendable de Netflix

Por Loren Lumiére López.

¿Alguien está viendo o ha visto Dark, la nueva serie de producción alemana emitida por Netflix? Tras verla, en mi caso tengo que decir que me ha gustando bastante. He leído por ahí que la comparan con ‘Stranger Things’ y no puedo estar para nada de acuerdo, salvo alguna cosa concreta que tiene en común. Son series con intenciones y trasfondo totalmente distinto.

Para empezar, Dark se aleja mucho del tono buenrollero de Stranger Things; es mucho más fría, sórdida y adulta en su conjunto, y porqué no decirlo, también en su guión y personajes (no digo que sea mejor o peor, solo que es muy distinta).

La serie maneja el suspense bastante bien y es mejor verla sin saber nada de ella. A destacar su ambientación, (que me parece muy particular y crea buena atmósfera), y el guión, que es muy bueno, el como se va hilvanando todo, y pese a que nos podemos oler la tostada en el capítulo 3 o 4, realmente la serie no va de «quién«, sino de «cómo» y «cuando» (como reza una de sus frases promocionales). Y ahí es donde Dark saca todo su potencial. Como punto negativo reconozco que en algunos tramos, llegando al final de la temporada, tanta información de los diferentes personajes y sus respectivos acontecimientos me llegaron a confundir y hacer que me perdiera un poco. No sé si será cosa mía, que soy muy torpe o quizás no está del todo bien explicado debido a la «densidad» de información, algo confusa a veces, aunque la serie hace todo lo posible por explicarlo (supongo que son conscientes de ello).

Más allá de su argumento me ha gustado mucho también la construcción (y deconstrucción) de los personajes. Aquí no tenemos buenos muy buenos o malos muy malos, son gente digamos gris, con sus virtudes, sus secretos y defectos, lo que los hace digamos más cercanos, pese a que por ello puedan crear a veces cierta antipatía; pero creo que es una virtud en este caso, sobre todo cuando ves la evolución de los mismos a lo largo de la temporada.

Hablar de cualquier otra cosa de ‘Dark’ sería rozar el spoiler, pero creo que es una buena serie, buena trama, curiosos personajes, bien llevada y bastante adictiva con un puntito «original» o digamos más «exótico» alejando del tono USA. El tema central por el que gira la serie me apasiona, da mucha chicha y creo que lo han explotado bastante bien.

Muy buena serie, muy recomendable.

 

V Premios ATRAE, un reconocimiento a los profesionales del doblaje y la traducción

Por Josemi de Alonso.

 

Eran las siete de la tarde del sábado, y la ECAM estaba inusualmente concurrida: unas cien personas entre premiados, amigos y familiares que se preparaban para esperar el resultado de unos premios a una de las labores más denostadas entre los hipster del cine: Los premios a los doblajes y las traducciones audiovisuales.

(Un par de aprendices de Godard están retorciendose de dolor en su piso de Malasaña mientras gritan sobre la santidad de las voces originales de los actores. Sentíos mal por ellos. Pagan mil quinientos por el piso en el que están dando sus últimos estertores.)

El salón de actos de la ECAM retumbaba con la voz De Claudio Serrano, el presentador. Una gala presentada por este hombre tiene un curioso efecto: cerrando los ojos puedes imaginar que está siendo presentada por Bruce Wayne

https://www.youtube.com/watch?v=urQiXyDA8YI

o por Otto, de los Simpsons.

https://www.youtube.com/watch?v=vDWAVFKc3xY

Un dato que me resultó curioso es que la mayor parte de premios incluía dos ganadores: el traductor por un lado y el adaptador por otro, que se encarga de conseguir que encaje en los tiempos que tiene el actor para hablar. El otro dato fue la reivindicación de casi todos los ganadores en pedir que se suban las tarifas de traducción. (Se conoce que el premio no lleva aportación en metálico, si acaso una copa de vino en el catering)

-Mejor traducción y adaptación para doblaje de película estrenada en cine: Zootrópolis. Lucía Rodríguez Corral (traducción) y Lorenzo Beteta (adaptación)

https://www.youtube.com/watch?v=ScIH8rZFsmc

-Mejor traducción y adaptación para doblaje de obra estrenada en TV, DVD o plataforma en línea: Rick y Morty (T2). Rafael Ferrer (traducción) y Santiago Aguirre (adaptación)

https://www.youtube.com/watch?v=GvqOZXDXHBU

-Mejor subtitulación de película estrenada en cine: Spotlight. Lía Moya (traducción)

https://www.youtube.com/watch?v=3G2EgJBkNaQ

-Mejor subtitulación de obra estrenada en TV, DVD o plataforma en línea: Black Mirror (T3). Paula Carrasco Cano y Laura Segarra Vidal (por el episodio Cállate y baila)

https://www.youtube.com/watch?v=nOuebtOSzME

-Mejor traducción y adaptación para voces superpuestas en cine, TV, DVD o plataforma en línea: Atari: Game Over. Marcos Randulfe Sánchez

https://www.youtube.com/watch?v=4wjMn6yjOjQ

-Mejor audiodescripción de obra estrenada en cine, DVD, TV o dispositivo móvil: Juego de tronos (T6). Antonio Vázquez Cuesta

https://www.youtube.com/watch?v=15cvTbBC2DQ

-Mejor subtitulado para sordos de obra estrenada en cine, DVD, TV o dispositivo móvil: Una mirada cap enrere. Jordi Bosch Díez y Jota Martínez Galiana (traducción) y Joana Caimari (revisión)

https://www.youtube.com/watch?v=WdRl4b-Ar88

-Mejor traducción de videojuego para consola, PC, web o dispositivo móvil: Watch Dogs 2. Maira Belmonte, Ramón Méndez, Amaranta Pérez y Gema Solís (traducción) y Manuel Mata y Vicent Torres (revisión)

https://www.youtube.com/watch?v=NFNrPEJa5P0

ATRAE concede este año el cuarto premio Xènia Martínez a Paula Mariani por su labor de divulgación y enseñanza, especialmente en el terreno de la subtitulación, por haber sido precursora de las dos primeras CITA y de la propia asociación ATRAE, y por luchar por los derechos de los traductores al frente de DAMA para dignificar la profesión

Los ganadores se llevan sus trofeos a casa. Los finalistas y los reporteros nos apostamos al lado de las croquetas y las copas de vino que esperan a la salida. Un premio de consolación, pero premio al menos.

En resumen: una bonita gala y un esfuerzo encomiable por hacer visible la labor de los traductores, una profesión maldita en estos tiempos de: “yo es que las series las veo subtituladas”. Desde este humilde blog rompemos una lanza a favor de estos profesionales que se esfuerzan en hacer más accesible la cultura y el entretenimiento para todos.

 

¿Matará el éxito a Juego de Tronos?

Por R. G. Wittener

Después del trepidante verano al que nos ha sometido HBO con la séptima temporada de Juego de Tronos, lo cierto es que la sensación de un buen número de aficionados es de insatisfacción. O, al menos, esa es la interpretación que yo hago de los comentarios que he recibido de mis amistades y de lo que veo en los canales de YouTube que sigo. Un efecto provocado por la forma en que se han planteado estos episodios, y que es el resultado de los problemas de la productora para manejar una serie con hechuras de superproducción cinematográfica.

Para empezar, la séptima temporada ha estado marcada por los saltos temporales más radicales que nunca antes se habían visto en Poniente. Ha sido, por así decirlo, una temporada express. Y aunque ya habíamos tenido algunos ejemplos de «acción acelerada» en episodios de la sexta temporada (la llegada del Rey de la Noche al refugio del Cuervo de Tres Ojos, o la muy comentada ubicuidad de Varys en el último episodio), hasta este año la acción de cada capítulo transcurría en un lapso de tiempo que se medía en días y había una percepción general de «simultaneidad relativa» entre los lugares en que se desarrollaban las tramas. Viajar de un punto a otro podía alargarse durante dos o tres episodios, y hasta hemos tenido temporadas en las que la trama de unos personajes consistía precisamente en narrar las peripecias de su viaje (Arya y el Perro, o Brienne y James); algo que, tras el primer episodio de la última temporada, mudó en desboque de caballos y en trastocar ese acuerdo entre la serie y sus seguidores, por el cual no se producían grandes elipsis temporales, y mucho menos de forma sistemática.

De modo que los espectadores nos hemos encontrado no solo con personajes, si no con ejércitos completos que «saltaban» de un punto geográfico a otro, obligándonos a entender que habían transcurrido días (por no decir semanas) en un simple fundido en negro. Un recurso que, de pronto, comenzó a repetirse en un mismo episodio, dejando así lapsos de tiempo «en blanco» en los que las tramas de los personajes evolucionaban sin que nosotros lo pudiéramos ver. Todo lo cual ha hecho que la campaña de Daenerys por hacerse con el control de Poniente, que se presuponía al final de la sexta temporada como algo para recordar… lo haya sido, por la dificultad para seguir los continuos viajes de sus ejércitos, y por resultar más bien un fiasco (lo cual, como ya explicaré, era previsible en parte).

Personalmente, y aquí quiero hilvanar todo lo expuesto con mi comentario inicial, el causante de todo este cambio en el desarrollo de la serie está muy claro: la decisión de HBO de acortar la temporada a solo siete episodios. Una modificación justificada en el deseo de mantener la calidad de producción de cada capítulo sin querer aumentar el presupuesto global, a sabiendas de la cantidad de batallas que debían filmarse (y que los dragones y los Caminantes Blancos estarían presentes en muchos planos). Después de haber ofrecido momentos como la Batalla del Aguasnegras, o la Batalla de los Bastardos, estaba claro que no podían quedarse cortos en la que, parecía, sería la guerra final por el Trono de Hierro; unos combates que todos imaginábamos ya aún más épicos que todo lo anterior.

Lo malo ha sido que esta reducción de longitud no venía justificada (como yo mismo creía) porque tuviesen menos cosas que contar a nivel de personajes, si no porque habían optado por condensar las tramas. Por mi parte, y tras las temporadas anteriores, pensé que el «nudo» de la trama ya estaba resuelto. Que los personajes ya habían evolucionado hasta dejarlos completamente definidos y tocaba lanzarse hacia el desenlace final. Que su viaje estaba por concluir y ahora era el momento de mancharse las manos y ver quién salía vencedor del juego de tronos. Razoné que esta sería la temporada de la guerra entre Cersei y Daenerys, y la última serviría para detener a los Caminantes Blancos y despedir a los supervivientes en sus destinos finales. Pero no. No ha sido así. Aún quedaba bastante tela que cortar en los patrones de varios de los protagonistas. Y lo malo ha sido que, al enfocarse en conseguir que «el impacto visual de la serie estuviera a la altura», lo que ha salido perdiendo ha sido su otro soporte en el éxito: las tramas de poder. El fondo de los personajes. Antes he dicho que habían condensado las tramas, pero una definición más certera sería que las han pasado por un alambique hasta intentar quedarse solo con su esencia más concentrada, sin conseguirlo del todo. Esa precipitación de eventos, que nos llevaba de un momento intenso a otro (reduciéndolo al momento de mayor exaltación), ha obligado a «saltarse los preliminares» en la mayoría de las líneas argumentales: el retorno de los niños Stark, la relación de Jon y Daenerys, el choque de Cersei y Jaime… y, por encima de todo, la conspiración de Meñique.

Resumir lo ocurrido este verano es complicado, porque cada episodio ha constituido ya el resumen de algo que debería haber sido más elaborado. De hecho, y considerando que han querido dar cierta preeminencia al aspecto bélico de la temporada y, por tanto, a las batallas, ha habido unas cuantas que se han resuelto con un par de planos aéreos, un minuto de acción, y poco más. Nada de lo que habríamos esperado. Al menos, esa es mi impresión. Y además, para mayor fastidio, los personajes más vapuleados en la temporada han sido los del bando de «los buenos» (o ese es el balance que yo hago). Como ya he dicho antes, precisamente porque el ejército de Daenerys resultaba formidable, la lógica narrativa permitía adivinar que sufriría algún revés para igualar la balanza y hacer menos predecible el resultado de la guerra; pero yo, desde luego, no me esperaba que la debacle fuera tan catastrófica: el brillante Tyrion ha resultado ser un pusilánime como estratega, Daenerys ha pasado a ser una reina soberbia que hace oídos sordos a sus consejeros, sus aliados han pecado de una bisoñez militar pasmosa… y, en el norte, Arya y Samsa se han enredado en una pelea de niñas, cuya lógica solo estaba clara en la mente de los guionistas, y que se ha resuelto de una manera en la que algunas feministas se han sentido humilladas. En resumen, que todos esos personajes han defraudado a sus fans.

Para la última temporada, que al parecer se va a postergar hasta 2019 de forma definitiva, HBO ha anunciado un incremento muy jugoso en el presupuesto de cada episodio. Sin embargo, pretende mantener la misma extensión que este año (aunque algún capítulo podría superar con creces los 50 minutos de duración). El problema es que, visto lo visto, la semilla de la sospecha (al menos en mi caso) ya está plantada. Personalmente, cuando anunciaron los planes de «recortes» para las temporadas finales comencé a dudar de que pudieran cerrar la serie disponiendo «nada más» que de catorce episodios. Dada la cantidad de líneas argumentales y de personajes, por más que haya bajas de aquí al final, mi lógica me dice que sería necesaria una serie de «cierres de tramas en secuencia», al modo en que se hizo en El Señor de los Anillos.

Y aunque solo uno (o dos, si hay boda) se pueda sentar en el Trono de Hierro, creo que ningún aficionado se quedará tranquilo si no le explican cuál será el destino de su personaje favorito después del definitivo Final. Pero ahora, después de nueve años compartiendo las aventuras de estos personajes, temo que me enfrente a otra carrera de velocidad en cada episodio, y todo lo bueno que se podía decir de la serie se olvide por culpa de un «tapón mágico en el centro de la isla», provocado por centrarse más en la forma que en el contenido.