Los Mitchell contra las máquinas, de Michael Rianda y Jeff Rowe

Pues que en su momento no dejé por aquí mis impresiones y ayer nos dió por ver de nuevo esta jodida maravilla de película de los creadores de esa otra joyita televisiva que es Gravity Falls y como no hice reseña la primera vez, me he dicho: «pues va, la subo», y a otra cosa, que esta es buena.

Lo que nos hemos podido llegar a reír no está pagaó. El puto perro (perro, cerdo…¡pan de molde!) es mi ídolo y el descojone ha sido continuo. Además, flipariais si hubierais visto las miradas de complicidad entre mi hijo mayor y servidor, sintiéndonos representados, entendiéndonos a la perfección y reconociéndonos en la mirada del otro, sin decir ni pío en ese aspecto. Os vais a reír, pero ha sido muy especial y joder, no nos hemos puesto moñas, pero casi. Y es que llega a la patata.

Lo mejor, lo muchísimo que nos hemos partido el culo. Y estéticamente es una delicia. Juega con las nuevas formas de narrar, los memes de redes sociales, stickers y demás juegos visuales y del lenguaje para dejarte alucinando. Bebe en ese aspecto de las maravillas estéticas y creativas en la linea de Spider-Man: Un nuevo universo o series como El Asombroso mundo de Gumball, pero llevado a la enésima potencia y con un sentido del humor insuperable.

Que nada, que ya tardáis en echarle un rato, porque lo vais a pasar teta, palabrita del niño Yisus.

PRIMAL, de Tartakovsky (HBOMax)

Que Tartakovsky es un genio es algo que ya sabíamos todos y a series como Samurai Jack o a su versión de Star Wars: Clone Wars me remito. Que en esta ocasión, el artista se ha superado a sí mismo con un proyecto brutal, salvaje y totalmente libre de prejuicios como es Primal, solo hace que lo reverenciemos todavía más, si es eso posible.

¿Que puedo decir de una serie de animación cuyo punto de partida es la imposible (en todos los sentidos) amistad entre un saurio y un neandertal? ¿ Y si le añadimos que toda la narración es puramente visual, ya que no hay ni un solo diálogo y toda comunicación entre personajes se basa en gruñidos, rugidos, gemidos y miradas?

Visualmente es una delicia, que bebe sin pudor alguno de la estética y espíritu más pulp de los comics de antaño y se reafirma en esa idea, de pura aventura desatada, si bien en esta ocasión con una sobredosis de ultraviolencia y barbarie, que le sienta de lujo, aunque sería de necios el no ser capaces de ver más allá de lo evidente y obviar la sorprendente e inesperada profundidad de algunas de sus tramas, de lo que subyace bajo el mero espectáculo de bichos, peleas, sangre y muerte. 

Dos criaturas al borde de la extinción en un mundo hostil, conscientes de que su tiempo ha terminado, de que solo se tienen el uno al otro. La pérdida de la familia y la necesidad de formar parte de algo, el instinto gregario y el de supervivencia van de la mano y compiten entre sí, poniendo la vida en peligro por salvar al otro.

Si en la primera temporada el trasfondo era la lucha por seguir vivos frente a una naturaleza indómita y salvaje, la segunda temporada da un paso más allá y nos lleva a una nueva lucha: contra el propio hombre. Contra la crueldad del ser humano. Contra algo más peligroso que los instintos animales: La ambición de los seres civilizados. Y de no querer renunciar a algo que has aprendido a querer, a la necesidad de proteger tu manada. La relación entre estos dos cafres y Myra, la sapiens, esclava liberada y amiga, es lo que da pie a todo el arco argumental de la segunda entrega.

 Y es que Tartakovsky se lo pasa teta creando un mundo imposible y anacrónico, donde conviven dinosaurios, mamíferos prehistóricos de la edad de hielo, antiguas tribus semi-humanas, proto-celtas, vikingos, escitas, cartagineses, egipcios y vaya usted a saber que otras antiguas culturas, mezcladas y enfrentadas entre ellas y con un final boss de la leche.

Este universo alucinante y la evolución de nuestros personajes le debe mucho, muchísimo, a Pellucidar, ese mundo secreto y misterioso que descubrimos con Tarzán en el centro de la Tierra. También, ¡como no!, a ese otro lugar conocido como Tierra Salvaje del universo Marvel, donde Ka-Zar y Zabu, su inseparable dientes de sable, viven todo tipo de aventuras. Ambos lugares y protagonistas, reúnen las mismas características que el mundo habitado por Spear y Fang.

En la segunda temporada, la guerra es el tema central y resulta alucinante ver al salvaje cabalgando a lomos del saurio, espada o lanza en mano, siendo acribillados a flechazos y abriéndose paso a tajos y dentelladas. Uno cree estar viendo al puñetero Conan, tal cual. 

No voy a desvelar nada del final, que me ha parecido tan alucinante y fantástico, como quizá excesivamente apresurado. Para mi entender, no podía acabar de otra forma, aunque quizá le hubiera dado algo más de tiempo para desarrollarlo y también alterado el orden de lo que sucede, para no dejarlo para el último momento y de esa manera tan WTF?, que no me desagrada, pero resulta curiosa y un tanto perturbadora.

 En fin, que no sé qué más puedo decir. Es disfrutable como pocas, intensa, divertida, emocionante, sin miedo a ofrecer lo que el espectador quiere ver. Excesiva, entendiendo esto como algo positivo, pues es lo que la serie pide. Cuando lo básico mola, pues no hace falta nada más. 

Yo me lo he pasado como un jodido enano, como gorrino en charca y  he de decir que el encontrar a alguien que no tenga miedo a presentar un producto como este, en estos tiempos de censura y corrección, donde todo ofende, molesta o repugna, es una jodida maravilla que se agradece.

¡Ale, a disfrutarla si no lo habéis hecho ya!

Cortar por la línea de puntos (Strappare lungo i bordi) Netflix

A ver, gentuza querida: ¿Por qué razón nadie me había hablado de esta maravilla de serie de animación en Netflix?

Joder, menuda macarrada. El autor de la serie y protagonista de la misma es un punketo antisistema, cagón y frikazo, artista frustrado y pringao vocacional. Un indigente emocional, hablando de todo y poniéndose y poniéndonos en evidencia. Crítica social, recorrido vital y drama soterrado que se va deshilachando entre risas, disfrazado de historia de amor y humor. Tragicomedia existencial con litronas, porros, helados, insultos y palabrotas, wc’s atascados y un armadillo que habla, a modo de Pepito Grillo.

En fin: culta y soez, divertida y grosera, dura y realista, triste y sin filtros, dando hostias a mano abierta y muy, muy, muuuuy disfrutable.

Mi vecino Totoro cumple treinta años

Por Fernando Codina.

Si con las palabras “¡Tora, Tora, Tora!” dio comienzo el ataque japonés contra la base americana de Pearl Harbor en diciembre de 1941, el nuevo grito de guerra en numerosos cines españoles es “¡Totoro, Totoro!”, con esa musiquita y ese acento tan pegadizos que hacen sonreír por igual a niños y a adultos. Porque la película de animación japonesa, “Mi vecino Totoro”, producida por los Estudios Ghibli, acaba de cumplir treinta años, y lo celebran con un re-estreno en unas cuantas salas de Madrid, y en el resto de España.

Como buen aficionado al cine en versión original, hace un par de días fui a verla a mis cines de cabecera, los Renoir (en parte por su genial opción de la vuelta al cine, con precios inferiores a los de la taquilla). Al entrar en la sala, pensé que iba a haber poca gente, en buena parte por la hora (las seis de la tarde de un jueves), pero sin olvidar el inconveniente de la propia versión original. Porque para mí era bastante distinto el ver una película en francés, italiano o inglés, idiomas que conozco bastante bien, que en japonés, donde solamente soy capaz de dar las gracias (“domo arigato”, y eso gracias a la serie “Shogun”).

Pero sin embargo, la sala estaba casi completamente llena, y no solo de adolescentes, sino también de personas de cierta edad. A mi lado se sentaron una chica de unos treinta años, y su madre, en la sesentena, y ya desde los créditos iniciales empezaron a cantar por lo bajinis la melodía…

Porque hay que reconocer que es pegadiza, y que suena muy bien, y que se mete en la cabeza del espectador. Como todo el resto de la película, por otra parte. El argumento no puede ser más sencillo: dos niñas, una de ellas poco más que un bebé (llamada Mei), y la otra una pre adolescente (Satsuki) se mudan a su nueva casa, en pleno campo, a vivir con su padre, mientras que su madre se recupera de una grave enfermedad en el hospital de la comarca. En el bosque cercano, las niñas descubren la existencia de seres míticos y extraordinarios, como su nuevo vecino, el gigantesco Totoro.

Es un personaje que tal vez debería dar miedo, por su enorme tamaño, sus garras afiladísimas o su tremenda boca llena de dientes amenazadores, pero que es en realidad un espíritu del bosque, que solo puede ser visto por personas de corazón puro. ¡Y no nos olvidemos del impresionante y enorme gato autobús, con sus incontables patas y su curiosísimo cuerpo moldeable! Las niñas vivirán varias aventuras con estos curiosos seres, a los que es imposible no tomarles cariño.

El caso es que durante los noventa minutos que dura la película, y quizás por la complejidad añadida del idioma original, tanto los demás espectadores como quien esto escribe, fuimos completamente abducidos por “Mi vecino Totoro”… y salimos del cine tarareando la dichosa musiquilla. Ha sido toda una experiencia, casi catárquica, y perfecta para olvidarnos del mundo real.

La película, dirigida por Hayao Miyazaki, se convirtió desde su lanzamiento en todo un fenómeno a nivel mundial, casi en el icono de toda una generación de niños que crecieron bajo su sombra. Y la carrera del director ha sido impresionante, siendo el responsable de otras películas míticas como “La princesa Mononoke”, “El castillo ambulante” o “Se levanta el viento”. En resumidas cuentas, toda una experiencia cinematográfica, que estaré encantado de repetir en cuanto cobre y pueda comprarme la película en DVD.

CINE: COCO, UNA MIRADA AL MÁS ALLÁ.

Por Fernando Codina.

Si nos fijamos solamente en su argumento, COCO, la última película de la Pixar, presentada con el amparo de Disney, es una película de miedo. Mejor dicho, de TERROR.

El argumento no puede ser más sencillo: un niño, nacido en una familia en la que la música está prohibida, sueña con ser el Mariachi más importante de todos los tiempos. Para conseguirlo, no duda en robar una guitarra en un mausoleo, la noche previa al día de los muertos, que le permita presentarse al concurso de talentos. Pero al empuñar el instrumento, es trasladado al Mundo de los Muertos. Y tiene solamente una noche para lograr regresar al suyo, con la bendición de sus familiares difuntos, si no quiere morir y permanecer para siempre encerrado en el Más Allá. ¿A que da mucho miedo?

Para nuestro talante occidental, en una sociedad en la que la muerte ser convierte cada día más en una enemiga, en algo molesto, y que da mucho miedo, es una perspectiva aterradora. Pero es que esta película precisamente no está pensada para los WASP, es decir, los blancos protestantes angloamericanos.

No. Está pensada para otro tipo de sociedad, en la que la muerte se convierte en parte de la vida, y en donde se celebra con toda normalidad el Día de los Muertos cada primero de Noviembre. Es decir, cualquier persona latinoamericana, pero sobre todo mexicana. Una cultura en la cual se venera a los antepasados, construyéndoles incluso pequeños altares, y que acude a los cementerios para depositar ofrendas e incluso celebrar pequeñas fiestas (tradición por otra parte que también se daba entre los antiguos egipcios, pero esa sería una historia totalmente distinta).

¿Y qué es lo peor que le puede ocurrir a un difunto, por lo menos en esta película? Que nadie se acuerde de él, condenándole a la segunda muerte, la definitiva. Los olvidados se reúnen en pequeños grupos, en los márgenes de esta sociedad altamente jerarquizada, y precisamente entre ellos encuentra desde el primer momento ayuda el pequeño protagonista de la historia.

COCO es, desde otro punto de vista, la mejor manera de explicarles a los niños que la muerte no es, ni mucho menos, el final, y que tampoco hay que tenerle miedo a los fantasmas. No en vano, durante las dos terceras partes de la película, los auténticos protagonistas son los difuntos. Están representados como esqueletos de calaveras y huesos decorados, vestidos casi todos ellos con lindos ropajes, y con un tremendo amor por sus parientes vivos. Por eso van a visitarlos en la noche de ánimas (el dichoso Halloween de los yanquis), para celebrar la vida.

Y otro gran protagonista es, por supuesto, la música, en concreto la de los Mariachis. Durante casi noventa minutos de pura orgía (¿se puede hablar de orgías aquí?) visual y musical, te dejas llevar por melodías desconocidas, que hacen vibrar por igual a niños y mayores. Uno de los últimos números, con la tatarabuela del protagonista cantando a Chavela Vargas, es sencillamente espectacular, emocionante en grado sumo. Vamos, que hasta me hizo llorar al acordarme de mis fieles difuntos, mi padre y mi abuelo.

También hay personajes secundarios divertidos y entrañables, una historia de amor rota por el paso del tiempo, maldiciones imperdonables, incluso un malo malísimo asesino… En definitiva, COCO es una película para todos los públicos… que nos ayuda a perderle el miedo a la muerte…

 

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