Buenos días, mis queridos Lectores Ausentes.
Hoy quiero hablaros de Las estrellas, mi destino (también conocida como Tigre, Tigre), de Alfred Bester, una novela que a mi juicio, es una de las mejores obras de ciencia ficción que me he echado a la cara.
En el siglo xxv, cuando las técnicas de teleportación han cambiado de forma radical la sociedad de la Tierra, un hombre motivado por pasiones extremas emprende un carrera desesperada por cambiarse a sí mismo. Gully Foyle fue abandonado a su suerte y logró sobrevivir milagrosamente a una situación sin esperanzas; desde entonces ha venido acumulando riquezas y poder con un único objetivo: vengarse.
Alfred Bester nos ofrece una revisión de otro viejo clásico como es El conde de Montecristo, pero lo hace con una historia futurista cruda, violenta y que se aleja de cualquier atisbo de nobleza o de heroicidad. Su protagonista se mueve por el odio más visceral, intenso y desproporcionado que haya visto antes y cualquier medio, cualquier acción que le permita llevar a cabo su venganza, es válido, sin temer ni preocuparse por a quienes pueda dañar en su locura. El personaje, un tipo rudo, tosco y embrutecido, carente de cualquier tipo de remordimiento, solo tiene un objetivo tras sobrevivir al episodio que en apariencia, da lugar a todo y eso hace que resulte prácticamente imposible sentir empatia por él. No hay justificación alguna para sus acciones, más las que ese deseo de venganza que a todas luces, resulta excesivo y desproporcionado, convirtiéndole a si mismo en un villano despreciable que campa a sus anchas, dejando tras de si un rastro de dolor, traiciones y destrucción. Hay que reconocerle el valor que surge de la locura, desesperación y la obsesión, que le hacen tan temerario e impredecible como para salir de cualquier situación, por peliaguda que sea, pero no hay nada de admirable en ello, si no algo que temer.
No es el amor lo que todo lo puede, la fuerza más poderosa del universo. Es el odio, convertido en motivación, en combustible, en razón única para seguir adelante, alimentándose de él para seguir en pie. Tanto es así, que el autor logra con su personaje que uno, de manera extraordinaria, olvide por un momento su aversión y asco generalizado por los héroes inmaculados y de pureza absoluta, amparados por la verdad y la razón, y vea al rebelde, no como un héroe que salva la situación enfrentándose a las injusticias del poderoso, sino como un ser vulgar, subversivo y sin moral alguna, un villano en potencia, un ser despreciable que hará cualquier cosa por alcanzar su objetivo, cosa que en cierto modo, no me desagrada en absoluto. No lucha por la libertad, ni por el honor, ni siquiera por defender al débil o al oprimido. Lucha por su propia causa, ya no perdida, si no absurda, demencial e interesada.
Y al llegar al final, la sorpresa. El ser humano, capaz de las más increíbles maravillas y de las más terribles bajezas. Es su condición. Reyes, mendigos, nobles o perversos. No hay un destino prefijado. No hay un Dios que marque nuestro devenir. Cada uno de nosotros elige su camino, dirige sus propios pasos, toma sus propias decisiones, es dueño de sus actos y así debe ser. No importa si eso nos lleva a la grandeza o si nos convertimos en monstruos. No importa si vence la luz o si el fuego nos destruirá. Ese poder de elección es lo que nos hace humanos.
Gigamesh recupera esta vieja joya de la ciencia ficción en su colección Omnium, en un formato económico, pero de gran calidad, apto para todos los bolsillos y con una edición cuidada con esmero pese a su condición de bolsilibro.
Una lectura muy, muy recomendable, un clásico por méritos propios por todo lo que supone y que creo que cualquier aficionado al género debería conocer, ahora sin excusas.Las estrellas, mi destino.
Alfred Bester
Editorial. Gigamesh (Omnium)
ISBN: 9788416035953
Páginas: 240 pág.
PVP: 8€
.