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Stranger Things 2: La dificultad de mantener el listón.

Por R. G. Wittener.

Voy a empezar este artículo con una afirmación que sonará incoherente: la segunda temporada de Stranger Things ha sido, al menos, tan buena como la primera; pero no creo que el formato de «secuelas» sea el que mejor le viene a ésta serie. Yo, personalmente, considero que deberían de haber optado por un planteamiento similar al de American Horror Story y, por más que sea fan del personaje de Eleven, los guionistas deberían haber mantenido su idea original de no «resucitarla». Algunos héroes brillan más cuando se sacrifican.

Dicho esto, insisto: nadie que disfrutase con los episodios de la primera temporada podrá haberse sentido defraudado con lo que los Hermanos Duffer y Shawn Levy nos han ofrecido este otoño. Un éxito que era fácil de obtener conmigo, ya que me ofrecen los contenidos de dos de mis libros favoritos de King: la niña con poderes sobrehumanos que el gobierno quiere convertir en un arma (Ojos de Fuego), y el grupo de adolescentes capaces de enfrentarse al monstruo que los adultos no pueden ver (It). Y si a eso le añadimos el factor fan de lector de cómics de superhéroes mutantes, cualquiera puede imaginar con qué gusto he devorado las dos temporadas de la serie.

Empecemos por lo fácil. ¿Qué ha sido lo mejor de estos nueve capítulos? Pues en primer lugar, sin duda, las escenas protagonizadas por el grupo de chavales. El espíritu de los Goonies continúa flotando sobre cada una de ellas, como en la primera temporada; con esa combinación de emoción y humor tan especial, que consigue hacernos desear volver a ser unos críos y poder formar de esa pandilla. Y algo genial que han hecho ha sido el desarrollo emocional de los personajes. Obligados por la estructura de tramas en paralelo que ha constituido la temporada, eso sí, pero han acabado distribuyendo a los protagonistas en parejas que, en varios casos, han funcionado de una manera brillante. Y no me refiero solo a Hopper y Joyce, o a Nancy y Jonathan, sino a Steve y Dustin, o Hopper y Eleven. Sobre todo ésta última, que nadie podía imaginarse al principio de la temporada; pues el choque del ultraprotector Hopper contra las ansias de reunirse con sus amigos de Eleven han acaparado los momentos de mayor intensidad de la serie (con la salvedad de Will y su madre). En cualquier caso, cada emparejamiento ha servido para perfilar a los personajes y mostrar también el proceso de maduración propio de su edad.

Por otro lado, hemos vuelto a disfrutar con el revival ochentero que ya se convirtió en sello particular de la serie en la primera temporada. A los fans que vivimos aquellos años siendo unos críos nos han regalado una plétora de referencias a esa década, unas veces más discretas y otras más obvias: los Cazafantasmas, los videojuegos clásicos, el Dungeons and Dragons… que han servido para llenar Youtube con vídeos en los que intentan recopilar todas, y de paso demostrarte cuántas se te pasaron inadvertidas.

Y ahora, la píldora amarga. ¿Qué es lo que menos me ha gustado? Quizás la trama de Max y su hermanastro, Billy. Porque durante la mayoría de la temporada han tejido una neblina de secretos en torno a quiénes eran en realidad y qué circunstancias los habían llevado a Hawkins; provocando toda clase de elucubraciones (yo llegué a pensar que eran delincuentes fugados), que se resolvieron luego de un plumazo en un par de escenas. Y aunque la solución podría ser aceptable respecto a su pasado, que la relación entre Max y Billy se equilibrara con una simple demostración de fuerza por parte de ella no me acaba de cuadrar con todo lo que me habían mostrado antes. Aparte de que, si su trasfondo iba a ser tan «mundano», bien podrían haber ido eliminando el misterio episodio a episodio. Y eso me lleva a mi otro motivo de descontento con la serie: su duración. Incluso aumentando la longitud en un episodio, se ha hecho demasiado corta. Demasiado concentrada. Y, si no me equivoco, eso se ha debido al hecho de mantener a Eleven en la historia. Tanto su huida, como el encuentro con su «hermana mutante» y su entrenamiento, han respondido a la necesidad de organizar una trama para ella y, a la vez, mantenerla lejos de un argumento principal que no habría resistido que interviniera antes. Además de que su encuentro con Kali, concentrado y refinado hasta el límite para reducirlo a un episodio, ha abierto líneas que merecería la pena explorar. Incluida la posibilidad de un viraje moral que, por desgracia, no podían permitirse en el que se ha convertido en su personaje estrella.

Y esto nos deja con el final de la temporada: mi mayor motivo de preocupación cara al futuro de la serie y sus personajes. En primer lugar, el hecho de que persista la amenaza de «el otro lado» parece vaticinar (aunque confío en que no será así) que seguiremos estancados en Hawkins y la misión de sus jóvenes protagonistas volverá a ser cerrar el portal desde el que llegue el mal. Esperemos al menos que no vuelvan a usar a Will como víctima/huesped/chico de los recados… Aunque el mayor dilema será comprobar cómo se resuelve el elemento más desequilibrador de la serie: Eleven. Un personaje que los Hermanos Duffer han reconocido que no entraba en sus planes para la segunda temporada, y que va camino de replicar el síndrome de Sylar y Fénix, esto es, obligar a los guionistas a bregar con un personaje tan poderoso que no tiene rival (¿quizás Kali podría ejercer ese papel en el futuro? ¿O volverá su falso padre con medios para torturarla de nuevo?). De hecho, Hopper parece destinado a convertirse en un remedo del Profesor-X, e ingeniárselas para evitar que su recién adoptada y muy impulsiva hija no acaba convertida en otro icono literario de los 80: Carrie.

Eso sí, no me malinterpretéis. A pesar de todas estas dudas y reticencias, confío en que el equipo creativo logrará desarrollar otra historia que haga la tercera temporada memorable. Stranger Things cuenta con unos personajes muy interesantes, y en estos nueve episodios hemos atisbado varias líneas argumentales que bien podrían fundamentar una nueva tanda de aventuras para Lucas, Will, Mike, Dustin, Max y Eleven. Es solo que me angustia pensar en la posibilidad de que se arruine una de mis series favoritas, antes de lograr convertirse del todo en una obra de culto.