Buenas tardes, mis queridos Lectores Ausentes.
Hoy os traigo un recopilatorio que reúne en sus páginas lo mejorcito del panorama actual en nuestro país, en cuanto a literatura de terror se refiere. Se trata de Aquelarre, antología del cuento de terror en español y como su propio nombre indica, en ella encontraremos las truculentas historias de un nutrido grupo de autores españoles, todos ellos ya con cierto renombre en el mundo editorial y que componen el baluarte que defiende este género a capa y espada, allanándonos el camino a los que venimos detrás.
Escritores de la talla de David Jasso, Somoza, Pilar Pedraza, Eximeno, Biurrun, Emilio Bueso y Alberto López Aroca, por citar solo a unos cuantos de los muchos que participan en esta antología, se encargaran de acercarnos lo que supone para ellos un buen cuento de terror y orientarnos hacia donde se dirige el género. Algunos inéditos, otros ya publicados en revistas y fanzines, unos cuantos premiados en distintos concursos y certámenes, los relatos que componen esta antología nos indican en qué estado se encuentra la literatura de terror y en especial, el formato corto.
Antonio Rómar y Pablo Mazo Agüero se encargan del extenso y elaborado prólogo. Casi una declaración de intenciones, en la que se analiza en profundidad la própia razón de ser del género, haciendo un repaso a los orígenes del mismo y su evolución hasta el día de hoy.
Sin más, os dejo con los relatos y una breve opinión de cada uno de ellos.
-La Mancha, de Juan José Plans: La aparición de algo tan insignificante como una mancha en la pared, se convierte en un suceso que nos acercará al miedo más absurdo e irracional. Historia sencilla que sabe aprovechar los diálogos y la sensación de credibilidad en todo momento, haciendo de algo irrelevante el inicio de una pesadilla.
– El ángulo del horror, de Cristina Fernández Cuevas, nos lleva a una experiencia extraña, casi onírica, en el que la realidad y lo cotidiano van perdiendo sus conocidas formas hasta transformarse en algo irreconocible. Todo parece en orden, pero ahí está el quid de la cuestión: En que solo lo parece. Muy bien escrito y una de las historias más intensas y logradas.
-Instantáneas, de José María Latorre: Una vieja cabina fotográfica se convierte en objeto maldito y puerta hacia un lugar que no es el nuestro, que se muestra esquivo, pero que una vez descubierto, se encargará de invadir nuestra realidad y hacer pedazos nuestra cordura, mientras se nutre de nosotros, de nuestra vida y nuestro tiempo. Interesante, aunque le ha faltado algo de fuerza para mi gusto.
-Mascarilla, de Pilar Pedraza es un relato difícil de definir, con aires de leyenda urbana o historia para contar alrededor de la hoguera del campamento. Con unos toques de humor muy sutil y bien utilizado, la autora nos acerca una historia tan sencilla como efectiva. Predomina el misterio y la intriga sobre el terror y aunque en cierto modo uno puede anticipar por donde van los tiros, resulta una lectura muy curiosa y entretenida.
– El banquete del señorito, de Norberto Luis Romero. Un relato que basa toda su esencia en lo grotesco, el gore más selecto y nuestra repulsa a ciertas conductas amorales que tiene cabida cuando no debes dar cuenta a nadie por tus actos. El banquete del señorito, podría decirse que es un relato crudo y bastante gore. Un tipo de terror muy básico y primario, que aunque no es mi favorito, admito que en esta ocasión cumple con su cometido.
-La luz de la noche, de José Carlos Somoza es un relato distinto, al que el calificativo de cuento le viene a la perfección. Bello, con una gran carga poética y un estilo muy cuidado, con un regusto a las historias clásicas más oscuras y claramente influenciado por la novela gótica tradicional, la única pega es que se hace corto y te deja con ganas de ver como podría desarrollarse la historia más allá de las limitaciones impuestas en cuanto a extensión.
-El Espanto y otros microrrelatos, de Ángel Olgoso. Debo reconocer que me ha sorprendido encontrarme en una antología como ésta un espacio dedicado al microcuento. Olgoso aprovecha su participación en la misma para ofrecernos cinco pildoritas, cinco cápsulas de terror y mala leche comprimidas. Como un puñetazo directo al hígado, las breves pero intensas historias que nos trae, logran noquear al lector.
-Carroñeros del miedo, de David Jasso. Parece que el autor tiene cierta fijación por las salas de proyecciones. Si en su última antología Abismos ya nos ofrecía un relato de terror titulado “El Cine”, en esta ocasión Jasso va más allá y nos revela como una vez cruzado el umbral que nos separa de la muerte, necesitamos seguir sintiendo para recordar que significa estar vivo. Y el miedo, amigos míos, es quizás la emoción más intensa y pura del ser humano. Una prosa correcta, sin florituras, pero acertada para la ocasión, en un relato en el que lo que importa es lo que se cuenta y lo que se siente. Una buena historia de fantasmas.
-El escombral, de Juan Ramón Biedma. Una historia distinta, bastante surrealista y que me ha llamado la atención. Personajes extraños, de esos que pese a sus rarezas, o justamente por ellas, dejan poso en el lector. El terror visto desde varias perspectivas distintas. Miedo a la enfermedad y a la muerte, miedo a aquello que va más allá de la razón, miedo a la superstición y a lo oculto. Miedo a perder la cordura. Y sobre todo, miedo a lo que no podemos entender. Que la protagonista quede eclipsada por ese grupo de personajes tan singulares y extravagantes como reales, lo dice todo respecto a la historia. Muy buena y te deja con una sensación extraña en el cuerpo.
-Palabras para Nadia, de David Torres. Un relato bello y trágico, una carta que no llegará a su destinatario. Fruto de las ensoñaciones y recuerdos del narrador, la historia es una mezcolanza de sensaciones, deseos , ruegos, acusaciones y disculpas. Emociones, realidad y fantasía. ¿Será Nadia alguien real o solo parte de los delirios del autor? Buen relato y bien escrito.
-Los arácnidos, de Félix J. Palma. Historia de terror que regresa a las raíces más clásicas. Elementos típicos y muy efectivos del género. Una historia sencilla, pero contundente, con su dosis de misterio, de elemento sobrenatural y un escenario acorde con el espíritu de la obra. Terror del de siempre, del de verdad. Me ha gustado mucho, porque es justo el tipo de historia que uno espera leer cuando abre una antología de TERROR.
-Círculo polar ártico, de Care Santos. Otro de mis favoritos, sin duda alguna, aunque le ha faltado un poquito de crudeza, de atreverse a dar el último paso, para ser inmejorable. Me encantan las historias situadas en lugares extraños. El extranjero llegando al pueblo y encontrando allí un misterio, un secreto. Primero la extrañeza, después la preocupación. Tras eso, el descenso a la locura y por último, la desesperación. Una prosa elegante y cuidada, un ritmo fluido y una atmósfera inquietante que te envuelve por completo. De lo mejorcito de la antología.
-Cosecha de huesos, de José María Tamparillas. Un relato que recupera la parte más tradicional de aquello que llamamos cuentos de terror. Las viejas leyendas locales, las supersticiones, los miedos más arraigados en la cultura popular, los cuentos de viejas de toda la vida, a los que ya no hacemos caso, pero que nuestros abuelos aceptaban a pies juntillas sin cuestionarse siquiera la posibilidad de obviarlos, fueran ciertos o no. Me ha parecido un buen relato y además, recupera parte de aquello que de forma despectiva llamamos folclore y que en realidad, es la sopa primigenia de donde nace la literatura de terror.
-Medusas, de Ismael Martínez Biurrun. Debo admitir que cuando leí el título, me imaginé algo muy distinto a lo que me he encontrado y es una suerte. El título lleva al engaño y es que Biurrun lleva su historia por derroteros muy distintos a lo que pueda parecer. Terror psicológico llevado al extremo. El fatalismo que desprende el relato es tal, que me resulta asfixiante. Un personaje oscuro que irrumpe en las vidas de los protagonistas. El sentimiento de culpa y la incapacidad de escapar a lo que parece inevitable. Una leyenda local que se hace real en forma de maldición. Uno va leyendo y aunque no sabe cómo terminará, es consciente de que la historia no puede acabar bien. . Sin duda, uno de los relatos más inquietantes de toda la antología.
– Huerto de cruces, de Santiago Eximeno. Una historia de muertos que regresan de sus tumbas, desde un enfoque muy distinto a lo que estamos acostumbrados. Desde los ojos de alguien que no comprende que está pasando, seremos testigos del horror que siembran a su paso. Entretenida y bien escrita, ofrece algo distinto dentro de este subgénero tan sobreexplotado, cosa que se agradece.
-La cotorra de Humboldt, de Lorenzo Luengo. Una historia bien escrita, pero que personalmente, me ha dejado frío. No he sabido encontrarle el punto ni entiendo muy bien si es lícito catalogarla como relato de terror, ya que se hace más hincapié en la relación del profesor Humbolt con Darwin, en sus debilidades y flaquezas, en la hipocresía y en la forma de actuar de la sociedad inglesa de la época, que en lo que se supone debe dar miedo. Salvo en su parte final, no he apreciado nada que me llevase a sentir angustia, temor, inquietud ni nada que se le parezca. Y cuando llega la parte en la que se supone que el autor pone toda la carne en el asador, me he encontrado una cosa rara que viene a ser la versión plumífera de lo que ocurre en la peli Pontypool o salvando las distancias, algo similar a lo que sucede en Cell, de Stephen King. Asumo que soy yo el que no es capaz de hallar las virtudes que a buen seguro goza el relato, pero a mí me ha parecido totalmente prescindible, al menos en el contexto de la antología que nos ocupa.
-El hombre revenido, de Emilio Bueso. Que un relato haya ganado el prestigioso premio Domingo Santos, dice ya mucho de lo que uno puede encontrarse al leerlo. De prosa pulcra y elegante, el relato es una historia de terror en mayúsculas, logrando crear una atmósfera tan peculiar e inquietante, que es imposible no sentirse turbado. Si bien parte de un argumento ya conocido, el autor dota a su relato de unas características tan propias, de una perspectiva tan personal y alejada de lo habitual, que hace que de este algo original y distinto a nada que hayamos leído antes sobre el mismo tema. El Mal camina por las calles de la aldea bajo la apariencia del hombre revenido. Y nada ni nadie, ningún hombre ni el mismo Dios, podrán evitar que la podredumbre crezca a su paso.
– La cirugía del azar, de Alfredo Álamo. Un relato que nos lleva a cuestionarnos donde termina la excentricidad y empieza la verdadera locura. La delgada línea que separa la cordura de la demencia. De los límites diluidos entre la genialidad y lo morboso. El arte, en principio algo bello y enriquecedor, convertido en una aberración a lo natural, algo enfermizo y depravado. En lo difícil que resulta marcar dichas fronteras y sobretodo, en si estamos capacitados para juzgar. Un relato que se aleja de lo preestablecido y se adentra en cuestiones mucho más profundas y escalofriantes.
-Nox Una, de Marian Womack. Una historia que recuerda, por sus formas y el modo en que se desarrolla, a la obra de Lynch. Personajes llevados al extremo y superados por las circunstancias y por el peso de sus propias vidas, incapaces de salir del agujero en que se ha convertido su existencia. Apáticos, descreídos, levantándose cada día por pura inercia, sin objetivos, ni ilusiones, ni sueños. Y una obra de teatro, en la que la que fuera la antigua novia del protagonista del relato, tiene el papel principal. Una historia oscura, donde la decadencia moral de los personajes, sus miserias, son dignos de mencionar y suponen su mejor baza.
– La mercancía, de Alberto López Aroca. Como en el caso de Los Arácnidos, estamos ante una historia de terror de verdad, del de toda la vida. Un argumento simple, pero que como siempre, funciona a la perfección. Ofrece aquello que el lector busca. Terror puro y duro, sin guirnaldas ni cohetes, sin reflexiones filosóficas ni divagaciones trascendentales. No digo que mejor ni peor. Solo diferente, volviendo a los origenes. Y en mi caso, disfruto muchísimo con historias como esta, que sin pretensiones logran satisfacer mis ganas de reencontrarme con aquella sensación tan vivida que en demasiadas ocasiones se ha perdido por el camino. Insisto: Simple, pero efectivo.
-Gatomaquia, de Marc R. Soto. Otra de las joyas de la corona. Un relato crudo, de esos que te dejan tocado cuando terminas de leerlo. Como siempre digo, el pasajero oscuro, esa versión de nosotros mismos que no entiende de razones ni consecuencias, esa parte oscura y maligna que supone nuestro reflejo más atávico y visceral, más salvaje , cruel y descontrolado, es una parte de nosotros que todos llevamos dentro. Un monstruo que pugna por escapar, por salir al exterior y que por fortuna, en la mayoría de ocasiones conseguimos mantener encerrado. Atrapado en su cautiverio, pugna por liberarse, por romper sus ataduras y hacer aquello que nosotros no seríamos capaces de hacer, aunque en ocasiones lo deseamos. En el relato, el gato como metáfora, cuando somos incapaces de asumir la realidad de aquello que hemos hecho al permitir escapar al monstruo.
-Caries, de Miguel Puente. Una historia de vampiros, en el que se acerca el mito a nuestros tiempos. Partiendo de una premisa que en principio hará que nos aflore una sonrisa en los labios, el autor construye una historia que dejando a un lado su parte más cómica, nos desentraña cómo esa especie convive con nosotros, cómo es su sociedad, que reglas siguen, cuáles son sus hábitos, como se han adaptado a los nuevos tiempos y cómo solucionan sus problemas. Si cualquiera de nosotros lo pasa mal en la consulta del dentista, imaginaos lo que supone eso para un chupasangres… Un relato divertido y sangriento
-La luz encendida, de José Miguel Vilar-Bou. Llegas a casa de noche, te metes en la cama. Por casualidad miras por la ventana y ves una luz a lo lejos. Supones que viene de la casa vecina, que se han dejado la del porche encendida. ¡Un momento! ¡Si no tienes vecinos! Ese es el argumento del que parte el relato de José Miguel y debo decir que es otro qu va directo a la lista de los que más me ha gustado. Nuestro mundo, la realidad tal y como la conocemos, alberga cosas que no podemos ni imaginar. Cosas que no podemos ver, pero que están ahí, en otro plano, en otra dimensión, en su propia “realidad”. Están contigo, las tienes a tu alrededor, aunque no seas consciente de ello. Un muro infranqueable separa ambos mundos, una barrera invisible que mantiene cada elemento en su sitio, sin posibilidad de entremezclarse ni de interactuar. ¿Pero qué pasaría si ese muro se desgarrase? Nada serio, apenas una pequeña fisura, un diminuto agujero en el velo que nos mantiene separados. La única pega es que es muy, muy cortito y te quedas con ganas de más, de ver que es capaz de hacer el autor con ella.
-Exploradores, de Matías Candeira. Un relato cargado de simbolismo. La importancia del nombre, lo único que nos queda cuando se nos despoja de todo lo demás. Nuestra identidad y el reconocernos como individuo. El tener el valor (desesperación) para hacerlo, para atrevernos a huir, para empezar de nuevo. Este es otro de esos relatos destacados y que brilla con luz propia en la antología. La forma en que está narrado, la fuerza que tienen los personajes ( sobre todo el principal), el modo en que se desarrolla la historia ante nuestros ojos. El miedo, la duda, la culpa, la pena, la desesperación… y de repente, un impulso. Algo que lo cambiará todo para nosotros. Resulta fascinante que un relato pueda transmitir tanto.
En resumidas cuentas y haciendo balance, Aquelarre es una antología más que recomendable. Quizás un tanto irregular y con algunos relatos que en mi opinión, no terminan de encajar en lo que es el concepto de la misma, pero en todo caso vale la pena hacerse con ella. Hay verdaderas maravillas que compensan con creces las historias más flojas.
Yo os la recomiendo. Vosotros diréis…
Aquelarre, antología del cuento de terror en español
Prólogo de Antonio Romar y Pablo Mazo Agüero -VVAA-
Editorial: Salto de Página
ISBN: 9788415065142
Páginas: 416 pág.
PVP: 22€
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