Una reseña de Jorge Lara.
Nueva Luarma es un pequeño pueblo de la periferia madrileña donde nunca ocurre nada. O al menos, nada destacable más allá del devenir de los días con sus noches, los chiquillos jugando en la plaza, y los venerables ancianos echando las tardes en el bar, mientras repiten sin cesar que cualquier tiempo pasado fue mejor, y farfullan sobre extraños sucesos a orillas del pantano.
Pero si existe una “Nueva” es que antes hubo un “Vieja”. En efecto, la hubo, allá por la época franquista. Durante la Dictadura y debido a un Plan Hidrológico Nacional que algún “iluminado” se sacó de la manga, muchos fueron los pueblos que quedaron sepultados bajo un sinfín de litros de agua embalsada, y Luarma fue uno de ellos. En la actualidad, el único recuerdo que queda de ella, son las leyendas que hablan de campanas que resuenan bajos sus aguas y que algún día, el pantano reclamará lo que es suyo: «El pantano se lo tragará…»
Un día hubo una fiesta en Nueva Luarma, la de Mario y Alicia, y acabó en tragedia: Carlos, el hijo de la pareja, se adentró en el bosque, y no se supo más. Los últimos en verle, sus amigos Javier y Alberto, cuentan mucho menos de lo que saben y aseguran que corrió hacia el bosque, y el bosque se lo llevó…
Unas sandalias y una camiseta con pequeñas manchas de sangre: esas son las únicas certezas que rodean al caso, eso, y el haber sido encontradas al pie de la orilla de un embalse que guarda en su interior un pueblo cuyo campanario, sigue con “vida: aún se le escucha de vez en cuando, sobre todo en las noches calmas, esas en las que la niebla y el misterio quedan para “jugar” a los dados.
Al citado juego es invitado Mario, o más bien se auto invita. No está dispuesto a dejar todo el caso en manos de la policía. Primero, porque duda de la capacidad del inspector Somoza para esclarecer el asunto, y segundo y sobre todo, movido por las presiones de su recalcitrante mujer, Alicia, ese tipo de persona dotada de un don para el arte pero una carencia total de empatía y con fuerte tendencia a la autodestrucción. Así pues, Mario emprenderá por su cuenta y riesgo –mucho más de “riesgo” que de “cuenta”- la búsqueda de la verdad: ¿Qué pasó aquella noche? ¿Dónde está su Carlos? ¿Qué hay de cierto en que lo vieron “hablando” con el pantano poco antes de su desaparición?
«El que busca, encuentra» dicen, pero cuando haces una pregunta, has de asegurarte antes de querer saber la respuesta, de saber la verdad, esa que a veces duele, y otras, es tan descabellada que cuesta asumirla. Pero la verdad está ahí fuera y el bosque y el pantano se disputan los restos del desaparecido. Dong–dong, el misterio está servido, el ectoplasma también, solo falta saber por quién repican las campanas en Nueva Luarma.
«Siempre quise escribir una novela de fantasmas. Y pensaba que un pantano era una localización óptima para hacerlo»… y de esos mimbres nace “Gespenst”, el penúltimo “larga duración” de Ignacio Cid Hermoso. La novela, forma parte del extenso y terrorífico catálogo de la línea Stoker de la editorial Dolmen, y se trata, en su mínima expresión, de un ejercicio de cordura. A veces novela de misterio, a veces, novela de terror; otras, sobre todo al bajar al sótano, cuento de fantasmas de los que se tocan y de los que se imaginan, pero sobre todo, la historia de un drama familiar, de una familia cuyas argamasas, eran poco más que polvo en suspensión. La crónica de una tragedia anunciada.
Hace casi un año que recomendé por estas fechas, no dejar pasar la oportunidad de leer la devastadora “Nudos de Cereza”, y movido por el buen hacer del autor, llegué a “Gespenst”. Ambas comparten ciertos puntos en común en los que el autor siempre hace un especial hincapié y utiliza como eje central: una familia desestructurada e irresponsable, un suceso trágico, y un joven, de alguna manera, indefenso, con la titánica e imposible tarea de resolver los problemas de sus progenitores. Lamentablemente las similitudes entre ambas novelas, terminan ahí, porque, si bien la forma es parecida, el fondo es muy, muy distinto: “Gespenst” no termina de cuadrar, algo le falta o sobra, es un “sí” pero “no”.
No he llegado a empatizar, o al menos no al nivel de la anterior. En “Gespenst”, siempre he tenido la sensación que algo no encajaba, como esa pieza de puzle que se te resiste y que al final resulta ser de otro paisaje. El problema fundamental no reside en la trama, que en general está bastante bien hilada. Ni en los personajes –atormentados, indefensos, cobardes–, salvo con Alicia, que es como el Guadiana: aparece y desaparece. Lo que me ha chirriado sobremanera es el desenlace, el comportamiento, y digamos, “habilidades” de algún personaje durante el mismo, así como ciertos lazos de sangre que dan rienda suelta a la confusión. Confusión que no se resuelve –o al menos yo no la he resuelto– ni tras una segunda lectura: el libro de familia sigue emborronado.
Si en “Nudos de Cereza” me rendí a los pies de Cid Hermoso, esta vez le animo a no desfallecer, a tender siempre a la excelencia, ojalá lo haya conseguido en su última y “grotesqua” producción literaria. Ahí estaré yo para darle una rica zanahoria o un revitalizante “cachete”.
Grge_dixit: En Nueva Luarma, las campanas siguen repicando… en Nueva Luarma la sangre recuerda la memoria del agua.
Ficha técnica
Título: Gespenst
Autor: Ignacio Cid Hermoso
Editorial: Dolmen
ISBN: 9788415932826
Páginas: 240
Precio: 17.90 euros
http://www.dolmeneditorial.com/proxima-novedad-stoker-gespenst/