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Por todas mis muertas, de Darío Vilas

Acabo de terminar «Por todas mis muertas» y aunque sabía que el vigués siempre es una apuesta segura, admito sin reparo que no he salido indemne de su lectura. Cuanta belleza, cuanto dolor, cuantas cuestiones en este extraño viaje en el que nos embarca su autor, siguiendo esa voz suya, tan reconocible, que nos hace de guía, fría y cruda, tan veraz y honesta como terrible.

En su último trabajo, Darío Vilas lleva su obra un paso más allá, sin dejar el género fosco y ese realismo sucio que acostumbra, pero adentrándose en el drama costumbrista y coqueteando con la autoficción. La figura femenina como eje central sobre el que orbitan todos los relatos. Más que la muerte (que también), es la pérdida o la ausencia de ésta, de la mujer en sus distintas facetas, la que sirve de nexo, de hilo conductor, siempre desde el punto de vista del escritor, que juega con esos distintos roles e incluso se atreve a ficcionar algunos hechos reales, utilizándolos para rendir ofrenda y tributo, con un respeto absoluto y una belleza que estremece por lo real, lo cercana, lo creíble y dolorosa.

Darío es un excelente novelista, pero para mí, es en las distancias cortas donde realmente explota al máximo todo su talento narrativo como autor, con una voz como pocas cuando es tan de cerca y dando hostias como panes.

Una lectura intensa, para paladear sin prisa, regodeándose uno en la forma y en el fondo. Lentamente, sorbo a sorbo, dejándonos llenar por su intensidad. Como un prurito que pica y no podemos dejar de rascar, como la costra que nos arrancamos entre muecas de dolor y placer culpable. No diré más. Acercaos a ella, no os defraudará.