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En silencio, de Marin Ledun (Off Versátil)

Buenos días, mis queridos Lectores Ausentes.

Hoy venimos con un thriller que me ha dejado muy buen sabor de boca por su particular forma de tocar el género. Personal, en ocasiones tan intimista, que la historia que nos cuenta queda relegada a un segundo plano y lo que de verdad destaca es el tratamiento de la naturaleza humana y de la psicología de los personajes, de lo que sienten, de aquello que les empuja a actuar y comportarse como lo hacen, hasta el punto de que pese a mantener todos los elementos de una novela que encaja en lo de negra y criminal, yo la definiría, según las impresiones que me ha ido dejando durante su lectura, como un drama. Si, tal cuál. La fatalidad es una hija de perra que se cruza en nuestro camino de la forma más absurda y cuando eso sucede, sus consecuencias son imprevisibles. Cuando tu vida se derrumba, cuando has tocado fondo y no queda rastro de quien un día fuiste, cuando ya no tienes nada que perder, resulta imposible saber a donde te llevarán tus actos y cuáles serán sus consecuencias.

Admito que no había leído nada de Marin Ledun, y que fue esa sugerente y fantástica portada la que, junto a la breve sinopsis del libro, lo que me llamó la atención y ganas de hacerme con él. Una vez terminada su lectura, solo puedo decir que, pese a un apunte que mencionaré más tarde, me alegro de haberlo hecho, pues ha sido todo un descubrimiento. En él, se manifiesta de pleno La Gran Triada: Culpa, Castigo y Redención, algo que ya sabéis que me fascina, pues es uno de mis temas favoritos.

En Silencio, curioso título para una novela en la que el autor nos habla de un tema tan viejo como el mundo. La Venganza. En este caso, esta se manifiesta de forma violenta, no tanto a nivel físico como una vulgar vendetta a sangre y fuego (que también), sino de una forma retorcida, haciendo hincapié en el trauma psicológico de la estrella de esta función, Émilie, en su estado mental y en ese juego macabro y a ratos, absurdo, que se convierte en un vis a vis entre los protagonistas, un careo existencial a puerta cerrada en un escenario acorde para la ocasión, tan deprimente y desastrado que representa a la perfección su propia existencia. Una perrera, donde los animales gimen, ladran, muerden y se pelean, abandonados a su suerte. Un ambiente sórdido y decadente que refleja la propia condición humana de los personajes, enjaulados, cada uno a su manera, y enseñando los dientes, asustados y lanzando dentelladas como única defensa ante el miedo, confinados en una jaula que ellos mismos se han creado a medida.

Somos muchos los que pensamos que en ocasiones, cuando ocurren ciertas cosas, solo nos queda saldar cuentas, puro Talión. Ojo por ojo, diente por diente, que al resarcirnos encontraremos la paz. Para otros es todo lo contrario: la venganza no solo no cambiará nada, sino que nos cargará con una losa que arrastraremos para siempre, creando un vacío en nuestro interior que jamás seremos capaces de volver a llenar. Y es que la cuestión que se nos plantea la novela es trascendental: ¿Existe siempre un culpable o somos nosotros quienes decidimos que así sea?

Émilie es una joven que lo tenía todo. Vivía su vida como siempre había querido. Un presente maravilloso y un futuro todavía más prometedor. Ahora, es una discapacitada, alguien que depende de una prótesis para poder caminar, como resultado de un accidente de tráfico. Rota, hundida, ve como todo su mundo se desmorona. Su caída al infierno es absoluta. Se ahoga en un pozo de mierda existencial y cuando toca fondo, solo queda algo que la empuje a seguir viviendo: Ver arder el mundo.

Cegada por la amargura, Émilie necesita encontrar un culpable. En realidad, no es más que la búsqueda desesperada de hallar un motivo, de una explicación que responda a la gran pregunta:¿Por qué a mí? Una justificación, una razón. Algo a lo que poder exigir cuentas.
Ledun se vale de esta premisa para interrogar al lector: ¿hasta dónde seríamos capaces de llegar en un caso así, cuando nuestra vida cambia de una forma tan terrible e irreparable?
El autor, sin apenas esfuerzo, va tensando la cuerda, dándonos información sin prisas, generando de forma en apariencia sencilla, una sensación de asfixia, a medida que vamos conociendo a Émilie, quien se va descubriendo como alguien muy distinta a la idea preconcebida que teníamos de ella al principio. Una víctima, si. Pero no del modo que pensamos. Alguien ofuscado, incapaz de razonar, con tendencias autodestructivas, obsesionada por saldar deudas y terminar con todo de una vez, sea cual sea el precio a pagar.
Utilizando con gran acierto sus herramientas, el autor nos habla sobre la soledad, la derrota, la angustia, el miedo y la ira… La depresión, la autocompasión, la incapacidad de aceptar los hechos, ni la culpa. Una culpa que nos corroe por dentro, pero que necesitamos exorcizar, sacar fuera, ponerle un rostro. Encontrar contra quien dirigir nuestra rabia, nuestro odio, nuestra impotencia. Cuando nos golpea la tragedia, necesitamos un culpable sobre quien descargar todo el dolor y frustración que se aloja en nuestros corazones. No podemos señalar a Dios ni al Destino como los causantes de nuestra desgracia, ya que ellos hacen oídos sordos a nuestros gritos y lágrimas. Libre albedrío, ser consecuentes con nuestros actos: Una putada, vamos.

Ese dolor se convierte en furia y esta, en obsesión. Rabia contra todo y contra todos, incluso contra nosotros mismos. Debe haber un responsable, alguien a quien acusar, a quien hacerle pagar. Contra quien clamar venganza y ver derrotado, purgando sus pecados y pidiendo clemencia. El castigo que queremos infligir, vomitar sobre él lo que llevamos dentro, ese fuego que nos enloquece y con el que quisiéramos arrasar con todo, incluido el propio mundo. No sabemos si será suficiente, si servirá de algo, pero es lo único que nos queda. Lo mismo sucede con el perdón, una palabra que nos viene grande, que no somos capaces de contemplar, que no tiene cabida porque nos deja desarmados, sin argumentos, echando abajo todos nuestros planteamientos y a la que tememos, porque es sinónimo de nuestros propios errores, de nuestra debilidad, de la derrota que supone comprender que hagamos lo que hagamos, nada cambiará nuestra situación, ni nos devolverá nuestras vidas, ni nuestro pasado. Y por último, la redención, una quimera que no queremos alimentar por que nos parece imposible, fuera de lugar, pero que en secreto ansiamos sobre todas las cosas. Negamos con lágrimas en los ojos, confusos, perdidos y desorientados, pero esa necesidad palpita en nuestro interior, un deseo inconfesable de aferrarnos a algo que nos salve de nuestra propia destrucción, ser capaces de sobreponernos, de aceptar lo ocurrido, de ser honestos con nosotros mismos y de abrir un resquicio de luz que nos permita seguir adelante con nuestra vida, por dura que nos resulte y por mucho temor que sintamos ante lo que nos depare el futuro. De vivir con ello.

Una pequeña joyita, más que recomendable, aún con sus defectos. Brillante, hermosa, aunque imperfecta, al menos en su desenlace. El cierre , aunque correcto y comprensible (y no digo que no sea acertado), me ha parecido flojo. Se queda en tierra de nadie, no se decanta ni se atreve, ni para bien ni para mal. Y a mi entender, lo que necesitaba la obra al finalizar era justo eso, uno de los dos extremos, sin medias tintas.
Salvo ese detalle, que como siempre digo es una simple observación personal según mi propio criterio y gustos, considero que es una novela muy, muy interesante y que deberíais tener en cuenta. Si queréis algo más que un simple thriller o una historia de venganza al uso, con esto disfrutaréis, os lo aseguro.

Echadle un tiento y ya me contaréis.

En silencio

Marin Ledun

Off Versatil

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