Buenas tardes, mis queridos Lectores Ausentes.
Hoy quería hablaros de Como el bosque en la noche, de Álvaro Bermejo, un novela que se pasea entre el terror y el drama, entre mitología, costumbrismo y género negro o criminal. Una historia muy curiosa, que ahonda en la naturaleza humana, mostrándonos lo peor de cada uno de nosotros, en un entorno rural que se convierte casi en un personaje más.
Como el bosque en la noche nos adentra en una geografía mítica, la vieja Navarra, cuna de la cultura vasca. Un pequeño pueblo fronterizo con Francia, Etxalar, se convierte en escenario de una serie de crímenes que resucitarán todos los viejos demonios de la comarca. Los aquelarres de Zugarramurdi quedan a un tiro de piedra, en Yanci se venera a un San Juan Xar —San Juan el Viejo— que recuerda más al Basajaun de las leyendas ancestrales, y Akerbeltz —el carnero negro, emblema del diablo—, preside rituales de los que solo se habla entre susurros.
Fue a la sombra de sus hayedos donde Orson Welles rodó escenas muy significativas de Campanadas a Medianoche, y también donde Merimée arraigó las peripecias de su Carmen, la gitana de Etxalar.
La novela comienza precisamente con la llegada de Welles al pueblo, en 1964, a la que seguirá la de un escritor muy cosmopolita fascinado por el aura de aquella mujer fatal.
Las hermanas Echegaray tienen un poco de todo eso. Son descendientes de una bruja particularmente temible —Laverna la Bella—, viven retiradas en una casona cuyo nombre rinde un homenaje a la de Patricia Highsmith —Belle Ombre—, y, ciertamente, su existencia es un tormento atemperado por su devoción hacia Luis Mariano, el Rey de la Opereta. Nines, la menor de las hermanas, mata accidentalmente a un inocente. Cree haberlo hecho sin testigos, pero al poco, recibe una carta de chantaje. Lejos de arredrarse, Juana, la primogénita, la que ha heredado la marca de las brujas, implementa una estrategia criminal. Todo se complica cuando Nines sucumbe a la seducción del escritor, y aún más cuando este ve en ella una encarnación de Mari, la Señora del Abismo.
Admito que en un primer momento, su peculiar tono hizo que, aun siendo consciente de que estaba ante una prosa digna de enmarcar, me costase dejarme llevar por ella. Su particular ritmo, pausado y regodeándose en las descripciones, los referentes y simbolismos, con un estilismo recargado, juguetón y repleto de intencionalidad, lograron descolocarme por completo. Me estaba gustando muchísimo lo que leía, pero al mismo tiempo, me parecía todo un reto el mantener la lectura con esa exigencia durante toda la novela. Una exigencia que uno no siempre está dispuesto a satisfacer, por no sentirse obligado en modo alguno a seguir el juego que le propone el autor. No por complejidad, si no por resultar un tanto excesiva en su estilo personal, llegando a saturar si se abusaba de ella. Tanto énfasis, tanta intensidad, tanta elaboración. Demasiado para mí, así de sopetón.
Si bien esa sensación, ya bastante atenuada, no me abandonó en todo el viaje, la solución fue tan sencilla como paladear la obra a pequeños sorbos, disfrutando de esos acercamientos breves, pero intensos, hasta que la propia historia y la necesidad de saber que iba a suceder, lograron que me hiciera con ella. Una vez conectamos, pude disfrutarla como se merecía y de hecho, por eso hablamos hoy aquí de ella.
Si hay tres aspectos a resaltar y que resultan fundamentales en esta novela, son sin duda su ambientación, sus personajes y su atmósfera. Estos tres elementos lo son todo.
Si tuviese que definir a la novela, diría que es un thriller costumbrista rural, donde el pueblo, sus calles y sus gentes forman un escenario opresivo, asfixiante, claustrofóbico, donde te sientes observado en todo momento y del que parece imposible salir. El lugar, ese villorrio navarro cargado de mitos, leyendas y superstición, un microcosmos en sí mismo, donde la tradición y el aislamiento forjan la naturaleza de sus habitantes, quienes se encuentran atrapados por voluntad propia en su particular reclusión, incapaces de abrirse a la modernidad y un futuro que no entienden. Recelosos con todo lo que sea de fuera, viendo con suspicacia al forastero, sintiendo desconfianza por todo aquello que pueda significar un cambio en esa rutina adquirida dentro de su comunidad, que sienten envenenada, pero propia, manteniendo entre ellos unas relaciones malsanas, tóxicas, dañinas y cuasi endogámicas, siempre bajo la sombra de la superchería, los secretos y los rumores, que emponzoñan hasta el último rincón del pueblo. Todo el mundo se conoce. Todos tienen algo que ocultar. Todos callan en público, pero cuchichean y señalan con el dedo acusador. Cada cual en su casa y Dios en la de todos, pero pendientes unos de otros a cada paso que dan. Hipocresía, envidias, chismes malintencionados y falsa moral. Nadie está libre de pecado.
Y ahí llegamos a los personajes. Todos ellos, pero en especial las hermanas protagonistas (pese a ser tan distintas entre ellas dos, opuestas por completo), se nos descubren como seres atormentados, amargados, cargados de odio, rencor y envidia. Víctimas de sus propias limitaciones y miedos, atados a esa tierra donde no hay lugar para los sueños ni las esperanzas. Boicoteando cualquier intento por escapar, por salir, por cambiar, regodeándose en su mezquindad, retozando en sus propias miserias. La felicidad no es alcanzar un logro. Es contemplar con una sonrisa cruel como fracasa el de enfrente. Pobre de ti si te atreves a soñar, a imaginar una vida distinta…
Juana y Nines son dos personajes complejos, muy bien elaborados, con una profundidad inusitada. Su naturaleza se manifiesta de distinta forma, pero siempre mostrándonos lo peor de la condición humana, eclipsando cualquier otro rasgo, si es que hubo algo bueno alguna vez. No hay bondad. No hay luz. Solo oscuridad devorándolas por dentro, de una u otra forma.
Los secundarios siguen también en esa línea, en su mayoría. Sus motes, la mayoría de veces, nos indican de qué pie cojean. Sea fama ganada a pulso o solo fruto de los cuchicheos y habladurías, cargan con esa losa, que habla por ellos e impide que veamos nada más de su persona. No importa si tienen algo que decir, algo que demostrar. Su rol, su valía, sus defectos, ya han sido adjudicados por el resto de vecinos y en eso se quedan, sin posibilidad de demostrar lo contrario.
Belle Ombre, la casa familiar, con el retrato de Lavinia presidiendo ese hogar maldito, es un lugar aterrador. Quizá sea el escenario más inquietante, por su historia y por los secretos que se esconden entre sus paredes, pero el resto del pueblo , dentro de su aparente normalidad, de lo cotidiano que pueda parecer, no escapa al embrujo. También en él se respira ese aire enrarecido, esa atmósfera malsana, en parte quizás por la herencia recibida tras su pasado (la influencia de Zugarramurdi es evidente y se menciona varias veces), por el peso de la tradición y la incapacidad de abrirse al mundo, pero en mayor medida, por la condición vil y mezquina de sus habitantes.
En definitiva, Como el bosque en la noche es una novela que ofrece mucho más de lo que parece a primera vista. No es solo una historia de misterio al uso. Guarda mil secretos, es perversa en extremo, fatalista en su concepción y como colofón, constituye un oscuro manual sobre la maldad humana, en todo su pérfido esplendor.
Como el bosque en la noche
Álvaro Bermejo
Editorial: Versátil
ISBN: 9788416580835
Páginas: 408 pág.
PVP: 19,90€
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